Padre mío, socorre a mis hijos!
Que esta palabra sea el grito de mi corazón desde la aurora.
¡Oh Señor!, que tu bendición los acompañe,
los guarde, los defienda, los anime,
los sostenga en todas partes
y en todas las circunstancias.
Cuando postrados ante tu presencia
te ofrezcan sus tributos de alabanza y oración, cuando te presenten sus necesidades
o imploren tus divinas misericordias,
¡Padre mío, socorre a mis hijos!
Cuando se dirijan al trabajo
donde el deber los llama,
cuando pasen de una ocupación a otra,
a cada movimiento que ejecuten,
a cada paso que den y a cada nueva acción,
¡Padre mío, socorre a mis hijos!
Cuando la prueba venga
a ejercitar su debilísima virtud
y el cáliz del sufrimiento
se muestre ante sus ojos,
cuando tu Divina Misericordia
quiera instruirlos y purificarlos por el sufrimiento, ¡Padre mío, socorre a mis hijos!
Cuando el infierno, desencadenado contra ellos, se esfuerce en seducirlos
con los atractivos del placer,
la violencia de las tentaciones
y los malos
ejemplos,
¡Padre mío,
socorre y preserva de todo mal a mis hijos!
Cuando se acerquen a la Sagrada Mesa
para alimentarse con el Pan de los Ángeles,
con el Verbo hecho carne por nosotros
¡Padre mío, socorre a mis hijos!
Cuando en la noche
se dispongan al descanso a fin de continuar
con nuevo fervor al día siguiente su camino
hacia la eterna Patria,
¡Padre mío, socorre a mis hijos!
Que tu bendición, Padre mío,
descienda sobre ellos en el día,
en la noche,
en el consuelo,
en la tristeza,
en el trabajo,
en el descanso,
en la salud y en la enfermedad,
en la vida y en la muerte
y que ésta no sea repentina
ni por toda una eternidad.
Amén
Gracias Señor, por socorrerlos... Hoy, más que nunca me has dado muestras de que escuchas las peticiones del corazón. Te amo y agradezco.