Ser veterinario no es solamente cuidar los animales. Es sobretodo amarlos, no fijándose sólo en los patrones éticos de una ciencia médica.
Ser veterinario es acreditar la inmortalidad de la naturaleza y querer preservarla siempre mas bella.
Ser veterinario es oír los maullidos, mugidos, balidos, relinchos, cacareos, y ladridos, y principalmente, interpretarlos y entenderlos. Es gustar de la tierra mojada, del campo, del monte, de los espacios abiertos, de lunas y lluvias.
Ser veterinario es no importar si los animales piensan, pero si, si sufren. Es dedicar parte de su ser al arte de salvar sus vidas.
Ser veterinario es aproximarse a los instintos. Es perder los miedos. Es ganar amigos de pelos y plumas, que jamás te van a decepcionar.
Ser veterinario es detestar encierros y jaulas. Es perder un tiempo enorme apreciando rebaños, tropillas, y vuelos de pájaros. Es descubrirse permanentemente, a si mismo, a través de los animales.
Ser veterinario es ser capaz de entender meneos de colas, arañazos cariñosos y mordiscos de afecto..
Ser veterinario es ser capaz de entender ojos tristes, orejas caídas, narices calientes, inquietudes o reposos anormales.
Ser veterinario es entender el lenguaje corporal de los animales, pedidos mudos de ayuda, interpretar gestos y actitudes de dolor, y conocer la forma de aliviarlos. Es sentir olor de pelo mojado, de almohada con esencia de gato, de ovejas, de corral, de estiércol.
Ser veterinario es tener el coraje de penetrar en un mundo diferente y ser igual. Es tener capacidad de comprender gratitudes mudas, más sin duda alguna, las únicas verdaderas. Es oler el aliento de un cachorro lactante y recordar su propia niñez.
Ser veterinario es convivir lado a lado con enseñanzas profundas sobre amor y vida.
Ser veterinario es participar diariamente del milagro de la vida. Es convivir con la muerte, saber que es definitiva, pero no siempre desagradable. Todos nosotros podemos estudiar veterinaria, pero no todos seremos veterinarios.
Traducido y adaptado de una publicación del Colegio Federal de Veterinarios de Brasil 1996, por Manuel Godoy.
El 6 de agosto de 1883 se iniciaron los cursos en el Instituto Agronómico Veterinario de Santa Catalina, provincia de Buenos Aires - Argentina. Fue la primera escuela de estudios superiores de veterinaria del país. Para 1890 se trasladó a la ciudad de La Plata pero ya funcionando como Facultad de Agronomía y Veterinaria.
Durante años se celebró la fecha como recordatorio de la iniciación de la carrera en el país y como tal se la consideró por muchos como día del veterinario. No obstante, varios fueron los intentos de establecer otro día pues el 6 de agosto también era compartido por los agrónomos que tenían el mismo motivo para su celebración. Sin embargo, en 1983 y mediante un decreto ley del gobierno nacional se estableció el 6 de agosto como día del veterinario argentino.
La celebración de la profesión veterinaria en un día especial hace a la tradición, usos y costumbres de cada país. Pese a que hubo - y hay - bien intencionados proyectos para unificar estas fechas en un día mundial, el respeto hacia la historia de las ciencias veterinarias de cada nación sólo se verifica mediante la evocación de la propia gesta.