Yarí
- i
vivía cerca de la selva misionera. Era bella y joven, y
cuidaba con
afecto a su viejo padre, un indio casi ciego que se había
negado a
seguir el curso de la nómade tribu a la que
pertenecían. " Ya no tengo
fuerzas para cambiar de morada - explicó -.
Sólo les pido que se
lleven a mi hija, cuya juventud merece la
compañía de otros jóvenes y
no esta soledad". Pero la joven afirmó: "Estaré
donde tu estés; seré tu
hija y tu hijo a la vez: aprenderé a cazar como hombre y a
guisar como
mujer".
Y así fue. Solícita y cariñosa,
Yarí - i pronto aprendió a pescar,
cazar y a recoger los frutos de la apretada selva donde
habían quedado.
Su padre, agradecido, rogaba a Tupá que
recompensara a la joven por tantos desvelos.
Cierto día, apareció en la casa, un hombre con
hábito de peregrino, que
no era otro que el mismo Tupá. Yarí - i lo
recibió generosamente, cazó
y cocinó para él un exquisito agutí
y le
preparó una confortable cama.
Al día siguiente, el peregrino se preparó para
partir "No me iré sin
recompensarte - dijo -. Haré brotar una nueva planta que
llevará tu
nombre, y tú serás, desde ahora, la Caa
- Yarí inmortal".
Diciendo así, el dios hizo nacer la yerba mate, cuyas
virtudes
refrescantes y terapéuticas son conocidas por todos los que
la consumen.