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José Salguero Duarte: CUANDO RESPIRA EL MAR/POEMARIO/CUADERNO PRIMERO
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De: jsalguero  (Mensaje original) Enviado: 13/09/2009 10:10






Autor: José Salguero Duarte
© José Salguero Duarte
© Fotografías: José Salguero Duarte



© Prólogos: Domingo F. Faílde y Dolors Alberola
© Contraportada: Dolors Alberola
© Dibujo de José Salguero Duarte: J. Zahara

Edita: José Salguero Duarte
Apartado de correos 1106
11201 Algeciras (Cádiz)
Andalucía /España/


Diseño, ilustraciones y maquetación: José Salguero Duarte


Depósito legal: CA-75/05
I. S. B. N.: 84-609-4166-3

Imprime: Tipografía A. Mazuelos S. L.
Telf.: 956-634864
Algeciras
(Cádiz)


NOTA:

Este poemario consta de tres cuadernos:

1º.- Cuaderno del Rinconcillo

2º.- Amanecer en Punta Carnero

3º.- Aguas revueltas

 

Y por motivos técnicos aquí figura sólamente los prólogos y el primer cuadernillo o primera parte

 

PRÓLOGOS



GENIO Y FIGURA



Corría el año de gracia 2002 cuando vi por primera vez a José Salguero. El instante, no puedo precisarlo. Tuvo que ser, por fuerza, una de esas mañanas sabatinas y, por tanto, sabáticas, en las que acostumbraba, pluma en ristre y café, a sentarme en mi mesa del Cabsy’s, a ver tras los cristales cómo corría la vida por las calles de la ciudad o la bizarra lluvia echaba sus cortinas. Siempre era así Algeciras, desmedida e imprevisible, con un toque estridente de algarabía que recordaba su pasado árabe y estimulaba la imaginación. Allí, envuelto en un paréntesis de bruma, náufrago –como tantos- de sí mismo, había recalado ese hombre enjuto y estrafalario, que concitaba todas las miradas y suscitaba todos los comentarios de quienes lo veían a cualquier hora, a veces embutido en pulcros trajes y, a veces, las más, con pantalones anchos de algodón y blancas semitúnicas, cubierta la cabeza con un amplio sombrero y calzado con leves sandalias de cuero.

A pesar de los años, uno podía pensárselo en Ibiza, con el cabello largo, ya algo ralo, y el vistoso fular que, en su garganta, descendía en cascada de colores, como una aparición de los bellos Sesenta, cuando éramos tan jóvenes y escuchábamos a Cliff Richard, orgullosos de serlo y tener en las manos el tiempo.

Apostado en mi atalaya, lo había visto cruzar con el magín repleto de ecuaciones inverosímiles y un montón de papeles donde bullían sus sueños, una incógnita más para las gentes, que lo miraban sin indiferencia e incluso con recelo, suspicaces de la bohemia que delataba su indumentaria y el toque de locura que es la chispa de la genialidad. Un hombre singular, en cualquier caso; de eso no cupo duda a casi nadie.

Tampoco a mí, desde luego, que seguí con curiosidad la encendida polémica desatada por su Almanzor, una silva de datos históricos, pergeñados con vocación de semblanza, que, inexplicablemente, fue recibido a cañonazo limpio. Hoy, tres años más tarde, me parece desmesurada tanta inquina ante un libro que, en opinión del autor, no pretendía aportar ningún descubrimiento sino contribuir, desde las fuentes, a la celebración de una efeméride que promoviera el propio Ayuntamiento.

No se arrugó por ello. Contestó a las acusaciones, movió Roma con Santiago, empapeló los muros con sus pasquines y, bajo la cubierta del morbo ciudadano, fue de acá para allá, de la ceca a la meca, presentando el volumen de la discordia, hasta agotar la edición. Los algecireños contemporáneos saben más de Almanzor por Salguero que por Dozy. El tesón popular y el lenguaje directo llegan donde no alcanza la sutileza de los doctores. Eso suele ocurrir.

Todo estaba maduro para el encuentro. El tórrido verano ya me había entregado a Dolors y yo, ajeno a otra cosa que no fuera su amor, andaba, ensimismado y galán, por las sendas y vericuetos que a ella me conducían, sumergido en el cataclismo de las grandes pasiones. En semejante estado, no cabe la tibieza. Los afectos se ensanchan. Una luz portentosa envuelve el mundo. Bien lo explicó Gustavo Adolfo Bécquer.

Coincidimos en una librería: Usted debe de ser el señor Faílde, sospecho que me dijo, y yo le respondí: El señor Salguero, supongo. Aquello fue el principio de una bella amistad, mientras el negro Sam tocaba Casablanca y el avión de la tarde despegaba de Gibraltar.

Relato estos sucesos porque, importantes, sin duda, para mí, allegan al lector la necesaria imagen de un hombre que, en el ápice de una vida, sabrosa de aventura y ahíta de experiencia, ha hecho de las tres una sola, proteica y multiforme razón existencial, confiriendo a la praxis literaria el caudal de sus ideales, ensoñaciones, creencias, biografía, mezclando realidad con ficción y persona con personaje: él mismo, autoinmolándose en la escritura para, al fin y a la postre, mendigar un amor imposible a las gentes anónimas de la más inhumana sociedad que haya sufrido el hombre o, simplemente, como afirmó Félix Grande, pedir socorro. En el aniversario del Quijote -que ahora celebran quienes lo desterraron de nuestros planes de estudio-, nadie más quijotesco que Salguero, en quien confluyen, por una parte, el sentido de la contradicción y, por otra, la extrema lucidez del que abdica de la razón y se traslada al dominio de la utopía, huyendo de los ídolos, las trampas, la dolorosa inanidad de un mundo que ha vendido sus sentimientos, sus conquistas más elevadas, por un mísero plato de lentejas.

Hay que verlo avanzar en el rocín de sus pensamientos. Irónico y directo, malediciente y tierno, siempre halla una causa en que implicarse. No es de extrañar por ello su incursión en el ámbito taurino, metáfora tal vez de un planeta globalizado, donde la fuerza viva, el impulso telúrico del toro, sucumben a una espada que, limpia en apariencia, manejan a su antojo los más sórdidos intereses. Prevalece, no obstante, la belleza; y el arte –otra utopía- se ciñe a los lamentos para salvar la fiesta, lo lúdico, que constituye el lado infantil de la humanidad.

En efecto: ni la vida ni la obra ni los actos de José Salguero se pueden entender sin el concurso de la belleza. Es adicto a lo bello. Cuando aflora lo hermoso en cualquier cosa o hecho, hay que verle los ojos, anegados en luz, mientras exclama, como un niño grande: ¡Qué bonitooo, qué bonitoooooooo!, presa de la emoción. Será quizá por ello no permite que se le escape la más pequeña brizna: con su cámara a cuestas, podría definírsele como un fotógrafo compulsivo, capaz de congelar en una imagen un ínfimo destello de esa belleza ansiada, en medio de un océano de fealdad.

No es baladí la anécdota. La retina del escritor descodifica el orbe de lo real y, al convertirlo en imágenes, crea un código diferente, a imagen y semejanza de sus propias ensoñaciones. Entre la realidad y el deseo media –al menos, en este caso- una cámara fotográfica.
La imagen. Delante de unas copas de Ribera del Duero, Dolors y yo pasábamos revista a las últimas instantáneas, recuerdo de una noche de vino y rosas que, a despecho de los censores –como escribiera el viejo Ibn Abi Ruh-, quemamos con incienso en Las Duelas, una de esas tabernas tal de antaño, de las que florecían con los poetas a la orilla del Río de la Miel. En un momento dado, cuando el aroma de la bebida trepaba por el humo de los manjares, Salguero, con el mimo habilidoso de un prestidigitador, sacó de la chistera un pequeño cuaderno: sus poemas.

Quién nos lo hubiera dicho. Acostumbrados al vigor de la prosa de sus libros y artículos, aquel mínimo mazo de poemas se abría ante nuestros ojos como naipes, de manera que la revelación no se hizo esperar. Alentaba, en efecto, la poesía en los poros del verso, desvelando el secreto de su perpetración. Cuando respira el mar es ahora un pedazo de vida, revestido de la palabra creadora: la imagen que compone y descompone el mundo, a la exacta medida del autor.

Allí están los lugares cotidianos y los que la nostalgia tiñe color crepúsculo, a la sombra de ancestros imprescindibles: Machado, desde luego, Berceo, José Luis Cano y, cómo no, la veta popular, con resabios folclóricos a veces o rajada y terrible, con festones de cante jondo.

Allí está la protesta, la quejumbre –serena o airada- de quien se siente herido por la injusticia y se sabe partícipe del ajeno sufrir. El dolor de ser hombre, la esperanza a que habrá de agarrarse para no perecer.
Y el amor. Porque, en última instancia, todo confluye en él, ya se trate de ese perpetuo idilio entre el poeta y su tierra (el microcosmos de la bahía de Algeciras, salpicado de toques costumbristas, con sus barcos cargados de misterio, las playas que el invierno baña de soledad), la mano que se tiende, crítica y solidaria, o el culto apasionado a la mujer, en su triple vertiente de madre, hija y esposa. Amor, a bocanadas de pasión y belleza, que eso, al fin y al cabo, resume la poesía.

Aquí está la de un hombre que tiene aún muchas cosas que decirnos, alumbrando con el sol de su bondad –son palabras del propio Salguero- jardines solitarios y corazones rotos. Como juglar de solemnidad, se ha ganado un lugar junto al fuego.


Domingo F. Faílde
Isla Verde, enero, 2005



AIRE RECIÉN HORNEADO




Miro el libro y recuerdo los ojos del amigo, rientes como olas que explotan en la arena. Observo su ansiedad, ese amor con que mira las páginas ya hechas y se le abre el alma abrazando el cuaderno. Veo el sueño de alguien que cree en la palabra. En un mundo de dimes y diretes, en un mundo de economías burdas y de falsos principios, él, José Salguero, aún cree en la palabra y me deja extendidos sus versos y me anima a escribirle, tan sólo, unas pequeñas notas:

Cuando José Salguero hace respirar su poesía, el mar de la palabra dibuja barcos blancos, blanquísimos veleros que cruzan el caudal de las perennes aguas de la metáfora. Él es todo corazón, todo libertad, todo verso que se mira en el Estrecho, buscando decir algo. ¿Cómo decir la lucha en forma de poema? ¿Cómo cantar, a una, el amor, la discordia existente en la especie marchita, el equilibrio y el desequilibrio? ¿Cómo comprometerse con un cuerpo y con todos los cuerpos? ¿Cómo convertirse en otros, sin dejar de ser uno?

Un sultán de la noche que teje versos para cazar las sombras y devolver la luz a la ciudad, la luz a los que llevan la ciudad, la luz a las mujeres que pasean sus calles y duermen en bahías, la luz a los que leen estos primeros sueños, estos versos recién nacidos, este decir apenas balbuciente, pero mordiente -fuego que roba ya al Prometeo alquímico-, este aire recién horneado.

Sencillo es este hombre que asegura: Escuché cómo las olas se rompían/ bajo el sol de las dunas. Y más tarde nos dice No dio tiempo a decirle que la amaba. Y confiesa limpiamente: Deseo besarte y no alcanzo,/ desde la ventana de mi casa. Labriego perenne de vocablos al que acompaña “el mulo terco del pensar”. Hombre lúcido que grita:

Anchos son los campos de Castilla y estrechos los de Andalucía. Poeta que pronuncia: Sentí la muerte hace años/ y aún retumba en mis oídos su aullido,/ en esos vestuarios solitarios de hielo.
Un buen paso, este libro, para comenzar la andadura del poema. Que las musas del mar le sean propicias durante toda la travesía.


Dolors Alberola





-------CUADERNO PRIMERO

Cuaderno del Rinconcillo




ESTRÍAS




Las estrías de las olas de mi vientre
cubren el agua salada de tus venas,
tendidas en un manto rajado,
en mi Bahía de arena pantanosa.

El sexo de tus manos amanece
cada mañana de sombra incolora
y bebo de tus ocultos y sudorosos pechos,
con los pliegues de mis sedientos poros.

Fuego avivado con silencios,
en la fina agonía de mis deseos.
Carola, al sol, en el parque,
cuando cubro tu cuerpo con mis ramas.

Abades en los surcos del convento,
labran sus rezos con el yugo,
y yo con la miel amarga de mis ojos,
impregno tu piel de algas.




DOS ORILLAS




Dos orillas en mi vida,
una en La Línea y otra en Algeciras.

Entre las dos, la Bahía llena
de expiraciones silenciosas.

Corsarios y piratas en ella se refugian,
de los temporales del Estrecho.

Caballitos de mar, la Atunara y el Rinconcillo,
unidas por el mismo signo.

Un babel de culturas, inviernos infernales,
barcos a la deriva.

Estraperlo de día y de noche,
horizontes oscuros y porvenir incierto.

En el Peñón vigilan nuestros actos.




SITUACIÓN




Alquitrán de los barcos,
plásticos, compresas y condones,
arrastran las mareas a las playas.

Barcos veleros, petroleros, ferrys,
contenedores, grúas y sirenas.

Cadáveres en la orilla,
un manto de hipocresía,
que cubre la miseria.

Aprieta el sol,
la suciedad abunda.
Nadie mira la pus en las oscuras aguas.





TINIEBLAS




Legiones de pavanas,
carroñeras y hambrientas.

Marfiles en los dientes,
reliquias, huesos, hierros,
y peces, moribundos:
oro rancio es la envidia.

Temblores de baja tierra,
algas salvajes, flotan sobre el mar.


Delfines en el Estrecho,
entre pateras perdidas en la niebla.

El sol, desplaza, temblando,
a miles de nubes grises.

Y al llegar sus cuchillos,
se va rompiendo el invierno.





NEGRA ARENA




El dolor de las lágrimas de tu arena,
rostro invisible tallado en la playa,
sigue vivo ante los ojos que te destruyen,
en la cárcel sin rejas donde agonizas.

Sí, a la libertad del hombre;
no, al silencio tirano,
de la alegría al luto reinante,
y de la vida a la muerte en versos.

Rosa discreta en mazmorras,
rastrillo musical inexistente.
Aura de luz en los días de fiesta,
y tristeza cuando te abandonan.




FIESTA DEL CARMEN




Tumbado sobre la arena,
escribo estos versos.

Cenizas radiactivas,
contemplo entre las brumas.

Fruta madura sobre el árbol podrido,
las aves vuelan y se acerca la muerte.

Las maquinarias van lentas por el día,
las chimeneas descansan.

Se aceleran por la noche,
escupiendo horror y males.

Concejales llevan flores
a la Virgen del Carmen.





ELLA

A Andrea...mi hija menor



Alta como lo perpetuo,
sus trece años.

Y su cuerpo hacia el aire,
entre ladridos de perros.

Teme a los temores,
aunque su padre la cuida.

Una llamada silente
mientras se acerca a la noche.

Las sombrillas vuelan,
las mujeres gritan.

Y la Bahía llora lágrimas de sangre,
al ser contaminada por humos crueles.

Ella, sola, construye un castillo en la arena,
y una sirena lo ocupa.
Mas, una ola rebelde,
la arroja de sus dominios
y lo destruye con ira.




DOS HERMANAS



Las carnes de sus labios,
laten sangrando arena de la playa.

Y los cuerpos de sus vientres,
abren las puertas a olas de tinieblas.

Una espada de oro, voló sobre ellas,
bañándolas con cemento, arena y grava.

Antes eran mis hermanas;
hoy, dos hermanastras,
que permanecen en las grutas,
de una ciudad portuaria.

Mis hermanas eran rocas,
sin voz, ni techo, ni sombra.

Llano amarillo...--el rico seno del mar--,
las escondió en sus brazos.





MANSA FLOR




Quisiera que tus pechos perezosos
amamantaran las aguas de la Bahía
y que el delfín de la sirena,
despertara de su sopor.

Mansa flor en un paraíso grisáceo
de blanca espuma plebeya.

Tierno anhelo de ave solitaria,
invadida por piratas y corsarios.

Agua clara, agua tibia, agua salada,
acaricio tus penas con mi sombra.

Y me contagias con el pulso de tus latidos,
al respirar desde la Roca, aire puro de al-Andalus.





TUS ALAS




Me enamora el azahar de tus labios,
cuando la sombra de tus alas,
vuela solitaria,
hacia nuestro encuentro ansiado,
en el lecho del mar.

El rumor de tu llegada,
corta el aire del Estrecho.
Piedra de musgo y brisa de alondras,
que alerta a las sirenas.

Desnudo y transparente te recibo,
con hiel sin espina, rosa de mi agonía,
luz de mi soledad prisionera,
y centro férreo de mis recuerdos marineros.




LÁGRIMAS DE LA BAHÍA




La luna desnuda te alumbra,
con un quinqué en sus manos.

Mientras, sueña despierta
que le arrancas púas de cactus.

El manto de la Virgen de la Palma,
seca las lágrimas de sus aguas
y los ángeles, desde el cielo,
fina lluvia le mandan.

Ya tiene luz la Bahía.
A oscuras, por la mañana,
de noche relampaguea.

Sus aguas mueren amargas,
y mis dedos, sangrando, se estremecen.





MULO TERCO




El mulo terco del pensar,
que llevo incrustado en mi cuerpo,
no me deja ver la claridad del alba
de tanta paja y alfalfa.





PECES HAMBRIENTOS


A Raquel...mi hija mayor



¡Ten cuidado hoy, mi niña,
al bañarte en esta playa,
que los peces tienen sed
y se beberán tu enagua!

Siéntate en la arena fina,
encima de la toalla,
que el sol te protegerá
con su sal, su brisa y lágrimas.




TU ORILLA Y LA MÍA



Dos gargantas gritan al unísono,
navegando en pateras distintas.

Una en tu orilla y otra en la mía,
entre oleajes, brumas y silencios.

Lloro si lloras, tu dolor me duele,
vivo tu sentir y siento tu vivir.

Lágrimas pasajeras y alegría de mis penas,
cuando al sangrar me manchas.

Sonrisa amarga en el amanecer del desierto,
puños prietos, poemas.

En tu orilla y en la mía
abro los ojos al desaliento.




VERANO SIN SOMBRA




A la sombra de la luna,
se encuentra dormida mi alma.

El faro de Camarinal la ilumina,
y le guían los acantilados.

El sol cae sobre ella, como un racimo de uva,
y la arena de su cala lo absorbe,
arrancándola de su letargo.

¡Oh, alma dulce! ¡Oh, alma salada!
Carola de mis mares,
mis luces y sombras.





MARISMAS DEL RÍO PALMONES




Marismas del río Palmones,
barcas varadas junto a la orilla.


Muchachos, caminando,
y el humo de las fábricas.


Empieza a clarear la mañana,
rugen los motores de las grúas.


El pueblo está ausente y duerme,
sardinas al espeto, órdago de la Iglesia.


Ronca tengo el alma,
la voz de mi pluma quebrada.


Hay brumas en la Bahía,
y las sirenas de los barcos lloran.


La mugre resplandece en el agua,
submarinistas sacan a flote a los tritones.

La banda toca la marcha,
y la muchedumbre aplaude.


Llueven mis versos sobre fango,
ellos están muertos vivos.


Un eco de pobreza inunda este entierro
y las palmeras lo orean con sus ramas.




SIENTO


A Yoli...que sentí su enfermedad


Siento
el sentir,
de lo que tú sientes.

Pero nada
me gustaría sentir,
de lo que tú estás sintiendo.






ENCUENTRO EN EL CEMENTERIO



Salí de casa camino del cementerio,
bajo un sol de rabia a las cuatro de la tarde,
por una vereda de zarzales y piedras,
quemándome la baranda del aire.

Nuestra cita tenía fecha fijada
y acudí hasta el umbral de la muerte,
y tú acudiste desde ella.

Al repicar las campanas de la capilla,
puñales en mi memoria,
me hacían caminar sin freno.

Saliste del nicho, cubierta por una túnica blanca,
desprendiendo jazmín de los labios,
y en tu mirada la luz.

Me esperabas con miel y sal en la mano,
secando los latidos de tu espíritu,
con el rocío de mi guadaña.

Traspasaba mis entrañas el moho de tu sonrisa.
De tu cesto de mimbre, bebí agua y comí pan.







CEMENTERIO VIEJO




La hierba crece,
crece la hierba
en el cementerio viejo.

Miro voces escritas,
con llantos sobre los nichos:
no caben tantos recuerdos
en moñones de palabras.

Son lágrimas que se rompen,
al entrar en mi memoria.

Amargo dulzor, nostalgia,
solitario cementerio.





LLEGA LA NOCHE




Llega la noche y todas las luces de mi vida,
se oscurecen.
El tren se ha llevado un nuevo día,
para sumarlo a la cuenta corriente de mis años.


Llega la noche y la soledad azota mis pensamientos,
se oscurecen.
El tren se ha llevado al campo en barbechos
de mi mente su jardín de flores.


Llega la noche y todos los esfuerzos,
se oscurecen.
El tren se ha llevado mis ansias de lucha,
para sumarlas a mi melancolía.


Pero por fin, llega esa noche,
y todas las luces negras me iluminan.

El tren me dejó tu voz,
para sembrarla en el huerto de los silencios.






ANOCHE TEMBLÉ




Con tu mirada fría
se estremeció mi cuerpo.

El sueño me quitaste
y moría por saberlo.

Sombrero de paja blanca
y alfombra de negro raso.

Rosa de espinas rojas
en mis pensamientos llevo.





UNIVERSO



Cuevas de sentimientos,
lágrimas de ovarios.

Palpar tu manto deseo,
plenitud en tu mirada.

Besos relamidos,
ríos y torrentes.

Miel entre mis dedos,
gritos de júbilo.

Alas heridas al viento,
árbol maduro caído.

La humedad de tu cuerpo,
el latir de tus gemidos.

Sentimientos de furia,
madrugada estrellada.

Rendido en tu ausencia,
me hieren y no sangro.





CALVARIO



Por qué se hizo de noche
sin despedirse la luz
cuando estaba en un calvario,
soñando sin sueño alguno.

Por qué esta querencia absurda,
este quererte en mis brazos
y abrigarte con mi cuerpo,
escuchar los latidos de tus ojos,
el delgado lagrimeo de tus sienes,
el volar de tus manos,
el olor de tu infancia,
el sentir de tu vientre,
y el sonido de tus huesos.

Por qué se fue la mañana
sin despedirse de mí,
sin ser gloria de mis sueños,
sin ser deseo mi olvido,
y dejándome en tinieblas
entre caminos con baches
socavones y tristezas.
Frente a oscuridades áridas
que inauguran grietas en mis párpados
y agujetas en el cielo de mi infierno.


Por qué sigo soñando
despierto contra tu sombra,
bajo esa flor que me alimenta
con caricias y desprecios.

Y por qué te ofreces ya muda
en vez de brindar campanas,
maremotos y pájaros.

¡Por qué!





CUMPLEAÑOS




La muerte cumple años,
y no quiero volver a celebrarlo.

Tiene vacaciones del uno al quince,
anda de sombra en sombra mi aniversario.

La madre está en su cuarto,
meciendo la mecedora.

Tiene el fogón encendido,
y al hijo ardiéndole el alma.





EMBRIAGADO




Beber en el hueco de tus manos,
o beber en la fuente de tu boca,
quisiera yo esta mañana,
ya que anoche en lo oscuro,
amándome, me embriagaste.

No sé ni lo que siento,
porque me inundan tus alas,
y tu sincero cruzar, por mis calles abiertas.

Fue tan bello el amor,
la distante presencia,
que desperté con resaca,
tan borracho de beberte.

SIGUE...................Cuadernos segundo y tercero

2º.- Amanecer en Punta Carnero
 
3º.- Aguas revueltas

**********************

Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Tipografía A. Mazuelos S. L.,
el 14 de febrero de 2005, festividad de San Valentín,
día de los enamorados.

*****************

En la publicación del libro, no han colaborado
ni mecenas y ni instituciones públicas o privadas.
Ya que el autor y editor del mismo,
no ha llamado, una vez más,
a puertas para que se lo subvencionen;
al considerar que es el precio que ha de pagar
por ser libre e independiente.



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: ◘ Sire ◘ Enviado: 02/11/2009 15:52


 
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