Bendigo al cielo que nos pusó en un mismo camino te descubrió mi corazón en el momento preciso cuando mi alma buscaba liberarse del dolor y del hastío.
No se como pude poner la sabiduría divina en tela de juicio, siempre renegué de mi mala suerte, de no tener a lo que yo creía era el amor conmigo.
La sombra de la soledad era un castigo, deseaba tanto tener a alguien que fuera mío que justifiqué muchas veces la mentira y el olvido.
Me engañé pensando que tal vez el amor pleno no existía, que no podía esperar tanto de una sola persona, pero quien era yo para pretender encontrar a alguien que me comprendiera, que no me juzgara, que no me mintiera, que ante todo fuera mi amigo, después mi amante, compañero y cómplice en cada instante.
Pero nunca imaginé que estaba mi felicidad a la vuelta de la esquina, solo la mano de Dios pudo unir tu vida y la mía.