Crecer es dejar atrás
algo a lo cual estuvimos apegados
y de lo cual nos cuesta desprendernos,
es atrevernos una vez más
y estar dispuestos a ser diferentes
de lo que fuimos ayer,
es desarrollarnos
y evolucionar desde adentro.
Cuando decidimos cambiar
una actitud negativa,
estamos creciendo.
Cuando decidimos corregir un error,
estamos evolucionando.
Cuando dejamos de hacer algo
que nos empequeñece,
estamos desarrollándonos.
Todos los días la vida nos presenta
oportunidades de crecer.
Para proyectarse en el tiempo
como algo duradero,
este cambio debe ser
paulatino y consciente.
Observemos a la naturaleza,
y más particularmente a los árboles:
en otoño pierden su follaje
y se liberan de la carga innecesaria,
recogiéndose dentro de sí
para recibir el invierno.
Por fuera,
parecieran no tener vida,
pero preparan sus raíces
para que en la primavera sus ramas
puedan ver surgir los primeros brotes,
dando lugar a las hojas
y luego los frutos del verano.
Si logramos desprendernos
de esas hojas
que no necesitamos
mientras desarrollamos
nuestra esencia,
también podremos
dar frutos y transformarnos.