AMAR ES VIVIR

¿Qué es la vida humana sino una búsqueda permanente de amor? El amor es de hecho la aspiración más profunda que tenemos en el corazón y la experiencia nos demuestra que lo buscamos y lo encontramos entre momentos de felicidad y tristeza.  ¿Quién, pues, no quiere amar y ser amado? No se puede vivir sin amor. El gran drama de mucha gente es no sentirse amada. ¿Puede desarrollarse bien un niño, una niña, o cualquier persona si nadie le ama? No, no puede. Se queda en el camino, frustrada, dolorida, sin ganas de nada, y la falta de amor se manifiesta en la agresividad, la violencia y por desagracia algunas veces en el suicidio.

Pero... ¿qué es el amor?... ¿cuándo se ama de verdad?... Surgen muchas confusiones e ilusiones al respecto. Por ejemplo, siento que mi corazón palpita fuerte en presencia de una persona del otro sexo, ¿es amor o atracción sensible? Me emociono hasta las lágrimas ante el sufrimiento de otra persona, ¿es amor o emotividad? Este hombre, esta mujer, me impresiona por su manera de ser, por su encanto, su fortaleza, ¿es amor o admiración? Como me gustaría tenerla en mis brazos, poseer su cuerpo, ¿la estoy amando a ella o me estoy amando a mí mismo?... y si pienso un poco, en este último caso, ni me amo a mí mismo porque estoy desfigurando la imagen de Dios en mí.

Jesús nos abre el camino hacia el amor verdadero en una conversación con un maestro de la Ley (Marcos 12, 28-34). Admirado por su sabiduría, le pregunta: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”  La respuesta de Jesús sale de la fuente del amor: “Escucha bien, amigo, Dios es el único Señor”  y de El se desprenden los dos amores: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importando que éstos”. El amor a Dios y al prójimo encierra todos los otros mandamientos.

Pensándolo bien, de haber más amor, ¿podemos creer que ladrones irían a robar las cosas del vecino? De haber más amor, se violaría a tantas mujeres y niñas?  ¿Habría tanta corrupción en la administración pública? De haber más amor, ¿tendríamos en el mundo guerras, violencia, y millones de seres humanos marginados del desarrollo y condenados a una muerte prematura por el hambre y la miseria? De haber más amor, ¿no habría más comprensión y diálogo en la familia?

Pero... ¿cómo evaluar si amamos de verdad, si vamos avanzando en el amor a Dios y al prójimo? En una de sus cartas, san Juan nos dice que para indagar si amamos a Dios de verdad, hay que ver como amamos a los demás. Dios ha puesto en cada uno de nosotros la semilla de su amor. Esta semilla tiene que crecer; crece en el camino de la vida. El amor parte siempre de uno y se dirige a los demás. Por ejemplo, el papá que se sienta a conversar con su hijo, la mamá que da de lactar con mucho cariño a su niño, el enamorado que ofrece una flor bonita a  su enamorada, el amigo que sacrifica un poco de su tiempo para ayudar al vecino que está techando su casa, el profesor, la profesora, que explica matemáticas o lenguaje a un alumno con problemas de aprendizaje fuera del horario de clase, el niño, la niña que comparte rosquillas con su compañerita. Amar como Dios ama, como Jesús ama es dar de sí mismo con  entrega generosa.

P. Gerardo Coté, SME

Servicio de Comunicación Social

Vicariato Apostólico de Pucallpa