Lloraba dulcemente delante de mí; yo o escuchaba en silencio.
¿Qué edad tendría? 25; 30.
No lo sé; pero ¡qué importa!
Su rostro representaba a todos los heridos conocidos, a todos esos sedientos
que sufren porque su sed profunda nunca pudo ser saciada.
Traté de escucharlo yendo más allá de los sollozos y las palabras.
Pero, ninguno de los dos, ni el llanto, ni las frases, podían expresar lo quwe había detrás.
Después de los 10 años, había comenzado a consumir drogas, y también alcohol.
¿Por qué? Yo no lo pregunté.
El me lo dijo. Pero tampoco importaba:
las raíces son siempre las mismas, con distintas circunstancias, pero siempre las mismas:
había pasado varios años en reformatorios y prisiones.
Sin embargo, conservaba en el fondo de sí,
un candor infantil, que todos sus abusos no habían podido borrar.
Siempre recé - me confesó - a pesar de lo que soy, siempre recé; y un día, sabe - me dijo -
hasta Jesús me habló cuando estaba en mi celda.
¿Qué decir?, ¿qué responder? ¿cómo discernir?
No le dije nada, solo escuché esa vez.
Continuó diciéndome que, joven adolescente, cuando ya había empezado a andar mal,
se había entusiasmado para buscar un camino de santidad.
Fue un entusiasmo.
Una lucecita en medio de la noche.
Yo lo miré. Sus ojos brillaban a través de las lágrimas.
Y delante de ese rostro de hijo herido, me surgió
una pregunta en forma inmediata:
Este hombre, este muchacho ¿podrá llegar a ser santo, caminar hacia la santidad,
sin necesariamente curarse completamente de su problema?
Esa es la pregunta:
Así como es, con todo ese bagaje de contradicciones, ¿podrá ser santo?
¿CUÁL ES EL VERDADERO CAMINO?
Esta pregunta me la repetí una y otra vez, especialmente cuando encontré a las personas heridas por
cualquier causa, cuyas llagas del alma, y a veces del cuerpo, hacen pensar en la Pasión de Cristo.
Frente a esos "pobres de corazón", pude llegar a comprender que el único obstáculo a la santidad
es el orgullo y sobre todo el orgullo espiritual.
La pregunta es esta:
¿hay un camino de santidad para esos pobres y débiles?
Porque lo que nostros llamamos "camino de perfección", ellos no podrán hacerlo.
Estas formas tradicionales de santidad, que todos conocemos, meditación, Misa, Rosario, continencia,
retiros, ellos no podrán seguirlas.
¿Y entonces qué? ¿Se perderán, quizá?
O dicho de otro modo:
¿cuál es el camino para que el herido, el débil, el deficiente de cualquier situación y pelaje,
debe seguir para ser santo?
¿Cuál es la santidad del imperfecto?
Creo que, entre tantas preguntas, hay una pista.
El Evangelio es el mundo al revés.
El Evangelio tiene la lógica del amor, que es locura para la sabiduría humana,
y en esta lógica es Dios quien desciende, de lo más alto a lo más bajo.
Para seguirlo, para ser santo, hay que descender, no subir.
Esa es la pista:
No somos nosotros quienes subimos, es Dios quien desciende con nosotros.
Por esta lógica, y no otra, es que esos pobres sufrientes:
el que consume drogas, el que no puede dejar de beber y es alcohólico,
el que lleva el estigma de una inclinación no aceptada por la sociedad o contra la naturaleza,
el que siente que su soledad sangra,
ellos pueden ser santos.
Esa es la vía.
PBRO. DR. ARIEL DAVID BUSSO