Pedro, te juro que no voto más....
La mano helada y temblorosa del abuelo, a quien he bautizado Pedro, rozó inevitablemente la mía cuando sus dedos se cerraron con rapidez, aprisionando las monedas que yo le entregaba. Esbozó débilmente una justificación, casi una disculpa, por haberme pedido dinero.
-"Gracias, lo que pasa es que si compro los remedios, ¿con qué como?"
-"No hace falta agradecer abuelo" - le dije de corazón- "Yo soy quién tiene que pedirle perdón por no haber construido una sociedad mejor, que lo contenga y lo libere de la vergüenza de tener que pedir."
Se quedó mirándome, apoyado oblicuamente en su gastado bastón de madera, hamacándose en sus zapatillas de felpa, esas zapatillas de entre-casa, seguramente muy cómodas para hacer los mandados. A pesar de los 27 grados de calor, Pedro tenía puesto su saco de invierno sobre una camisa escocesa de frisa, debajo de la que asomaba el cuello blanco y pulcro de la camiseta. El saco le hacía juego con la boina marrón, también de abrigo.
-"Es un abuelo de su casa"- pensé. Se nota, a pesar de su delgadez y su atrevimiento al pedir. Un abuelo cansado de reclamarle su dignidad al gobierno de turno, cansado de recibir ayuda de su hijo, ahora desocupado, cansado de mendigar los remedios para su mujer enferma.
Mientras me iba, sentí vergüenza ajena, y la angustia me estrujó el corazón. Me oprimió la desesperanza de haber votado mal una vez más, la culpa de ser cómplice de los que acumulan fortunas y propiedades sin pudor alguno, ante los ojos de una sociedad con hambre y frustración. La impotencia de saber que los que más tienen menos pagan y que a muchos, ni siquiera les corresponde abonar tributos, merced a las leyes que sancionaron para favorecerse. Bronca ante la justicia que no cumple con su cometido y contra los medios de comunicación que se allanan a la consigna general de "no hacer olas".
Y mientras tanto, todos los "Pedros" sufren, y también las esposas de los Pedros y los hijos, que ya no pueden ayudarlos porque a su vez tienen hijos que alimentar, y cruelmente se hallan en medio de una prensa de obligaciones, secándose como matambres. Y la edad jubilatoria que se alarga, para pasar del laburo directamente al cajón, en un país donde ni la salud ni la alimentación acompañan al individuo para obtener la mayor expectativa de vida que el resto del mundo ya logró. Y las mujeres, que ya son madres y trabajadoras, ahora serán madres, abuelas y asalariadas hasta que la muerte las separe.
Lo miré a los ojos cansados y le dije:
-"Perdón Pedro, te juro que no voto más."
Lili
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