Como Podemos Empezar
Deberíamos empezar por eliminar los mayores obstáculos que impiden la compasión: la ira y el odio. Como todos sabemos, estas emociones tremendamente poderosas pueden llegar a ofuscar nuestra mente. No obstante, a pesar de su poder, la ira y el odio pueden ser controlados.
Si no lo hacemos, esas emociones negativas nos acosarán — sin que ello les suponga el menor esfuerzo — y nos pondrán trabas en nuestra búsqueda de la felicidad y de una mente bondadosa.
Cabe la posibilidad de que uno no considere la ira un obstáculo, de modo que, para empezar, sería útil indagar si la ira tiene algún valor. A veces, cuando nos sentimos desanimados por alguna situación difícil, la ira puede parecemos útil, pues, en apariencia, nos da más energía, seguridad y resolución. Con todo, en esos momentos debemos examinar cuidadosamente nuestro estado mental. Si bien es cierto que la ira nos aporta una energía suplementaria, si indagamos en su naturaleza descubriremos que se trata de una energía ciega: no podemos estar seguros de si su resultado va a ser positivo o negativo. Eso se debe a que la ira eclipsa la mejor parte de nuestro cerebro: su racionalidad. De modo que la energía de la ira es, en la mayoría de los casos, poco de fiar, y puede originar una inmensa cantidad de conductas destructivas y desafortunadas. Además, si la ira se dispara sobrepasando ciertos límites podemos llegar a enloquecer y adoptar una actitud que puede resultar perjudicial tanto para nosotros como para los demás.
No obstante, es posible desarrollar una energía igualmente poderosa pero mucho más controlada, que pueda ser empleada para manejar una situación difícil. Esta energía controlada no solo procede de una actitud compasiva, sino que también es fruto de la razón y la paciencia. Esos son los antídotos más poderosos contra la ira.
Lamentablemente, mucha gente piensa erróneamente que la razón y la paciencia son signos de debilidad. Personalmente, creo que es más bien todo lo contrario: son los verdaderos signos de la fuerza interior. La compasión es, por su naturaleza, bondadosa, pacífica e indulgente, pero es también muy poderosa. Nos da fuerza interior y nos permite ser pacientes. Las personas que a menudo pierden la paciencia son los inseguros e inestables. Así pues, considero la ira un signo inequívoco de debilidad.
Dicho esto, cuando surja un problema deberemos permanecer humildes y mantener una actitud sincera, y preocuparnos de que el desenlace sea justo. Por supuesto, cabe la posibilidad de que otros intenten aprovecharse de nuestra preocupación por la justicia, y si nuestra actitud desapegada no hace más que incitar a una agresión injusta, habrá que adoptar una postura más firme. Con todo, hay que hacerlo con compasión, y si es preciso dar voz a nuestros puntos de vista y tomar contramedidas severas, debemos hacerlo pero sin rencor ni mala intención.
Pensemos que, aun cuando parezca que nuestros oponentes nos están perjudicando, su actividad destructiva hará que al final se perjudiquen únicamente a sí mismos. Para controlar nuestro propio impulso egoísta y tomar represalias deberíamos recordar nuestro deseo de practicar la compasión y asumir la responsabilidad de intentar evitar que la otra persona sufra las consecuencias de sus propios actos. Si las medidas que ponemos en práctica han sido elegidas con serenidad serán más eficaces, más atinadas y más enérgicas.
El revanchismo basado en la energía ciega de la ira casi nunca da en el blanco.