Yo también quiero subir contigo, María.
Y ascender, muy alto, al encuentro con el Señor
pero, sin olvidar, que los grandes rascacielos
están primeramente sujetos a la tierra.
Como Tú, María:
sencilla, no quisiste más grandeza que tu pobreza.
Como Tú, María:
limpia, tus ojos sólo brillaron para el Señor.
Como Tú, María:
obediente, siempre tus caminos fueron para Dios.
Yo también quiero subir contigo, María.
Dándome generosamente, como Dios mismo se ofrece.
Entregándome sin tregua, como Tú misma te das.
Mirando hacia el infinito,
y buscando, en ese aparente vacío, la grandeza del Salvador.
Yo también quiero subir contigo, María.
Y disfrutar para siempre de la gloria eterna.
Y correr, contigo, por las calles del cielo.
Y poder abrazar a los que, antes que yo,
marcharon con tu protección desde este duro suelo.
Y dejar de llorar, de sufrir y comprender entonces
lo que vale la fe y la perseverancia de mi ser cristiano.
Yo también quiero subir contigo, María.
Porque, este mundo nuestro, es un primer anuncio,
es aperitivo de la gran cena que nos espera,
es antesala del gran comedor que nos aguarda,
es primer compás de la música celeste,
es preámbulo de un umbral feliz y lleno de dicha.
¡Felicidades, María!
¡Tu suerte, que sea la nuestra!
¡Ayúdanos a encontrar, esas escaleras,
por las que, Tú, has encontrado el cielo!
Amén.
P. Javier Leoz
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