El Rey se puso de pie
Fue un impulso superior, desconocido, irrefrenable. Jorge II, monarca de Gran Bretaña e Irlanda, al escuchar los primeros acordes, sólo atinó a erguirse y con él, en un movimiento único, todos los presentes hicieron lo mismo.
Desde entonces es tradición en Inglaterra escuchar el Aleluya de Haendel, de pie, una pulgada más cerca de Dios.
Pero muy pocos conocen en qué situación de vida se encontraba Jorge Federico Haendel al momento de componer tamaña obra.
Enfermo, censurado por la estética musical inglesa; con riesgo de ir a la Torre de Londres en prisión por deudor moroso; no quería vivir, sin fuerzas, mal alimentado, destruido por la depresión, asistido por su empobrecido criado, sin horizontes ni alegría alguna… "Basta conmigo… Sin fuerza... no quiero vivir sin fuerza", repetía. Estaba acabado. Tenía 56 años.
En su desesperación, Haendel increpó a Dios: por indolente, por distraído, por cruel. Como única respuesta un rayo imprevisto irguió su derrumbada contextura, mientras en su abandonada mesa de trabajo leyó: "¡Confórmate! Y di con fuerza tu palabra".
Haendel inclinó la cabeza, ahora sacudida por una tempestad, sobre las viejas hojas de música. Había desaparecido el cansancio; todo era un goce creador. Durante 14 días con sus 14 noches, no comió, ni durmió, como si hubiese enloquecido. No dejaba de trabajar y cantar. Quería levantar su testimonio de gratitud y júbilo.
Sólo quien ha llegado a la raíz misma del dolor, puede saltar a la alegría con ese vigor. Otro se hubiera dado por vencido. En cambio, un músico destruido, solo, sin ninguna violencia, fue capaz con su genio, de poner de pie al rey de Inglaterra.
Enrique Mariscal