Otra clase de poder
Aunque Jesús vino a este mundo en un manto de debilidad, no hubo ninguna debilidad en la manera como Él vino a nosotros. Solo un poder infinito pudo realizar este milagro. Nuestros cuerpos humanos contienen un estimado de 100 trillones de complejas células. Somos maravillas de la clase más compleja de ingeniería. Imaginemos solo el tratar de humillarnos para convertirnos en la célula microscópica que éramos cuando comenzó nuestra vida.
¿Qué clase de conocimiento, creatividad y poder fue necesario para que el Creador eterno se convirtiera en un bebé, sin dejar de ser el Dios que era? ¿Cómo podríamos nosotros meter todos los grandes océanos del mundo en un diminuto dedal? ¿Cómo podríamos nosotros meter todo el poder del universo en una hebra de ADN? ¿Cómo pudo “quien todo lo llena en todo” (Ef 1.23) limitarse a sí mismo a un útero humano, y aun así ser capaz de llenar todo? Hay poder en su humildad. ¿No fue también esto un milagro, si Él lo hizo todo de la nada?
En Jesús, la humildad y debilidad no son la misma cosa. En nosotros lo son a menudo; debemos ser lo suficientemente humildes para reconocer nuestras debilidades, a fin de que el poder de Dios pueda ser perfeccionado en nosotros. Sin embargo, desde el principio, la fragilidad humana de Cristo nació de su gran poder. Aquel que es inmensurable en su grandeza, estuvo dispuesto a ser contenido en un cuerpecito tan liviano que uno podía haberlo levantado con una mano. Aquel que todo lo sabe, y que ve toda la actividad que hay en las galaxias invisibles para nosotros, permitió que su mente se limitara a la de un bebé. Aquel cuya palabra hizo que existiera el universo, se permitió llorar con frases ininteligibles, incapaz de comunicar aun sus necesidades más básicas. El que tiene legiones de ángeles poderosos bajo su control, confió su bienestar a un pobre carpintero y a su esposa adolescente.
¡Este es su Creador!Así que en esta Navidad, al contemplar al pequeño bebé en el centro del pesebre de la Natividad, reflexione en las alturas de las cuales Él vino, y el alcance del poder que tuvo antes de que el tiempo existiera. Reflexione en que nadie, en toda la historia, ha renunciado a más o fue a tales extremos por amor. Aun antes de que Él viviera su vida al lado nuestro —y que sacrificó por nosotros en otro acto milagroso de redención—, Él nos mostró el misterio de su amor incomparable, aun como un recién nacido que lloraba acostado en un pesebre.
Dan Scheffer
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