Carta a los Reyes Magos
Hace mucho tiempo, queridos Reyes, que no les escribo.
Y recuerdo, como si fuera hoy, mi carta de entonces. Empezaba así:
Queridos Reyes Magos:
Dice mamá que, como hay guerra, les pida pocas cosas…
Había guerra entonces. Yo apenas si la había visto, porque en mi pequeña
ciudad duró tan sólo doce o trece horas. Pero la había en aquel sitio vacío
en nuestra mesa, en los nervios de mamá que esperaba todos los días
la llegada del cartero y en mis hermanas que se pasaban el día haciendo
jerseys para mi hermano mayor que estaba en el frente. Había guerra.
Y, como había guerra, no pude aquel año pedirles, Reyes míos,
aquella escopeta que tanto había soñado.
Ya ven, qué cosas: ¡La guerra no me dejó pedirles una escopeta!
Una escopeta con balas de corcho, naturalmente.
Fue una Navidad triste aquélla. Ni siquiera sabía si vendríais.
Mi madre decía: ¡Quién sabe si podrán venir este año, tienen que pasar
por Guadarrama! Yo preguntaba: ¿Y si hieren a un Rey Mago, mamá?
Ya ven, los niños hacen siempre preguntas que dan en el blanco:
Hirieron a un Rey Mago. Hirieron a los Magos. Las guerras son así.
Los partes militares dan sólo el número de muertos en el campo
de batalla. Pero nadie lleva la cuenta de las ilusiones enterradas,
de los muertecitos que se le van acumulando a uno dentro.
Hirieron a un Rey Mago. A los tres.
Sigue habiendo también demasiados hombres que cada mañana
no encuentran en sus zapatos otra cosa que soledad, hambre
y odios de diversos colores.
Y ésa es la razón por la que hoy vuelvo a escribirles:
hace falta que me traigáis la escopeta que entonces no me disteis.
Hace falta que llenen el mundo de escopetas como aquélla,
de las que sólo hacen pum y risas.
¡Quién sabe! Tal vez este año logren atravesar los campos de batalla
del mundo, sin ser heridos; tal vez mañana alguien rebaje sus personales
cordilleras de egoísmo y resucite -con un relámpago de gozo- al chiquillo
que fue. Ustedes, Reyes, lo pueden todo. Quizá mañana encuentren
muchos hombres en sus zapatos la vieja ingenuidad que creían perdida.
Me gustaría, sí, que este Cuaderno pudiera llegar a ser plural
y que se convirtiera en un despertador de almas.
Lo malo es
que yo -¡ay!- soy el peor corresponsal del mundo.
Sé escribir artículos, pero apenas cartas.
P. José Luis Martín Descalzo
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