Maldición A lluvia, a fuego, a nieve te condeno, a ti, que tal sentencia me has dictado; que cuanto lentamente me ha matado, te mate a ti, catástrofe o veneno. Que la mano acoplándose a tu seno garfio sea de hierro agarrotado, y al suelo se desprenda mutilado, a la hora de aceptarlo, el sexo ajeno. En tu cerebro instálese el olvido de quien te amó o amaste, y extinguido quede tu afán de redimir la vida. Que un trasnochado sacerdote azteca te extraiga el corazón; y el alma, hueca, ni te deje vivir, ni te lo impida.
Francisco Álvarez
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