Cuando en nuestra vida se produce una pérdida llega el vacío y la ausencia.
Dicen que el tiempo lleva al olvido y que con el transcurrir de los días desaparece la densa niebla de sensaciones y sobresaltos que nos impide ser obvios, dicen que con paciencia se va alejando hasta transformarse en una línea tan fina que termina por hacerse invisible a los sentidos.
Dudo que sea así, porque la ausencia tiene nombre y sufre a causa de su condena. La tristeza está latente en cada rincón que esconde la casa. Y estoy convencida de que en cualquier momento vuelven los dos. Ausencia y vacío. Minúsculas partículas de recuerdos y proyectos sin terminar. Y nos visitan adaptando diversas formas y sensaciones, para hacernos saber en su particular idioma que están ahí en nosotros, con nosotros, revoloteando en nuestro espacio, esperando que tengamos un recuerdo para ellos.
Y dicen que aunque les despojaron de cuerpo, tienen alma y sentimientos, y recuerdos, y laten de ansiedad porque desean volver para hacernos saber que nos echan en falta. No quieren que les olvidemos, como ellos no nos olvidan a nosotros.
Por capricho del destino se convierten en nuestro pasado prematuro, pero siguen ocupando un lugar preferente en nuestras vidas, en nuestro día a día. Podemos verles en cualquier lugar, en cualquier momento