¿Amiga? Te ayudé mientras podía,
con mi pañuelo enjuagué tu corazón
siempre acudí en tu ayuda con mi arcón,
te perdoné traiciones y falsía,
te di mi pan, mi ciencia, día a día
me doblegué a tu idea, a tu razón,
y por salvar tu paz y tu ilusión
te vine a prevenir cuando caía.
Y hoy, que me ves vencido, en mi agonía
pretendes aún sangrarme en tu ambición
de expoliar a aquel que te ayudó.
Me atacas a matar, ¡Pobre María!
Tu saña no es justicia, es perversión.
Que te perdone Dios, aunque no yo.