Danza mi corazón al ritmo de las campanas que anuncian esos días tan especiales como entrañables. Son días de sueños, de risas familiares, de anhelos de paz. Son días de villancicos al Niño Jesús, de hermandad, de necesitar superarse espiritualmente. Son días que contemplo en mi calendario como mágicos, como si Dios les hubiese imbuido su aliento para dotarlos de calidez y convertirlos en inolvidables.
Desde mi corazón de escritora en ciernes los admiro como días sagrados, ya que en ellos recuerdo mis sueños infantiles, la ilusión con la que me preparaba para el instante sublime del nacimiento de Jesús. Rememoro los momentos inolvidables junto a los seres queridos que ya han partido y valoro en su justo precio a aquéllos que están conmigo. Y es que la edad nos convierte en filósofos de la vida y nos hace apreciar cada segundo en su justa medida.
Hoy, ante esta cuartilla, me preparo ya para la Navidad. He de agradecer al Señor su infinito amor, que se manifiesta a través del más hermoso de los premios: El goce del afecto familiar en estos días. Mi felicidad no acude por el reclamo mercantilista de la compra de regalos, sino por la alegría de poder contar con mi familia, mis seres queridos presentes. En estos días analizo mi presente y mi pasado, los comparo afanosamente, para descubrir que nunca fui tan feliz como ahora; sólo la niñez, el momento en el que la ingenuidad brillaba en mi alma, es comparable a estos instantes en los que la seguridad refulge en mi corazón.
Sólo lamento la injusticia que impera en un mundo plagado de envidias y reproches, en el que la solidaridad es un fantasma que vaga libremente sin temor a ser reconocido por algunos ojos observadores, ya que a nadie interesa ofrendar el corazón. Ser altruista está desfasado. La modernidad exige materialismo: dinero, regalos, buenas comidas, bailes... ¿Quién se conformaría sólo con disfrutar de sus seres queridos? Desde el fondo de mi corazón, mi esencia agradece su suerte.
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