Desilusionado, cayó postrado hacia atrás,
y entonces notó que a su lado había una botella vieja.
La miró, la limpió de todo el polvo que la cubría,
y pudo leer que decía:
“Usted necesita primero preparar la bomba con toda el agua
que contiene esta botella mi amigo, después,
por favor tenga la gentileza de llenarla nuevamente antes de marchar”.
El hombre desenroscó la tapa de la botella,
y vio que estaba llena de agua…
¡llena de agua! De pronto, se vio en un dilema:
si bebía aquella agua, él podría sobrevivir,
pero si la vertía en esa bomba vieja y oxidada,
tal vez obtendría agua fresca, bien fría, del fondo del pozo,
y podría tomar toda el agua que quisiese, o tal vez no, tal vez,
la bomba no funcionaría y el agua de la botella sería desperdiciada.
¿Qué debiera hacer?
¿Derramar el agua en la bomba y esperar a que saliese agua fresca…
o beber el agua vieja de la botella e ignorar el mensaje?
¿Debía perder toda aquella agua en la esperanza de aquellas
instrucciones poco confiables escritas no se cuánto tiempo atrás?
Al final, derramó toda el agua en la bomba,
agarró la manivela y comenzó a bombear,
y la bomba comenzó a rechinar, pero ¡nada pasaba!
La bomba continuaba con sus ruidos y
entonces de pronto surgió un hilo de agua,
agua corrió con abundancia…
Agua fresca, cristalina.
Llenó la botella y bebió ansiosamente,
la llenó otra vez y tomó aún más de su contenido refrescante.
Enseguida, la llenó de nuevo para el próximo viajante,
la llenó hasta arriba, tomó la pequeña nota y añadió otra frase:
“Créame que funciona, usted tiene que dar toda el agua,
antes de obtenerla nuevamente”.
A veces la vida es un reflejo de esta historia,
hay momentos en los cuales debemos tomar decisiones
sin conocer los resultado futuros, pero quién
pretende verlo todo con suma claridad antes de decidir
"nunca decide".