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Esta huella, zapato cuarenta. ¿La izquierda? ¿La derecha? Las dos. Primero la derecha, luego la izquierda, al filo del noveno mes de este año cruel, supone estar avanzando hacia el futuro. Si miro hacia el pasado me sorprende la huella de mi infancia, las canicas, los trompos, la rayuela, mi madre. (Me parió bondadosa y hasta en la belleza de su muerte sorpresiva –flor blanca como sus cabellos-, me amó. Al recoger su alforja –ella jamás usó cartera ni se pintó los labios- entre las espinas de la vida que le tocó vivir, estoy seguro, recordó esta huella). A la orilla del mar, las olas borran mis pisadas. Y el mar como el tiempo inexorable, va desapareciendo tantas vidas, tantas cosas: la viga apolillada del recuerdo que sostenía el techo –puede ser el amor- está sonando con su música extraña. El salitre carcome las paredes. Las hormigas caminan diminutas y dibujan sus huellas. Más pisadas en el sendero abrupto. El tiempo achica las cosas y los hombres: Francisco corpulento, su mujer muy hermosa, hoy se están reduciendo. La belleza del cuerpo se esfuma y queda la experiencia. Huella indeleble ¿Cuarenta? ¿La izquierda? ¿La derecha? El alma: toma asiento, descansa, la muerte tan buena y silenciosa nos espera para hacernos iguales en algún recodo del camino. Pero siempre la huella. Las dos. No las mires que no crecen, siempre serán camino. Si pones la mano sobre los ojos, verás una especie de pintura abstracta. ¿Picasso? Sí. Puede ser: Rojo, amarillo, verde. La inmensidad del sol. Un crepúsculo, gaviotas y la blanquísima ola, colchón para el pelícano con su vuelo pesado y el pececillo queriendo salir de su pico de chalana. Entonces, siempre con la mano sobre los ojos, sueño alcanzar aquello que no pude y siempre quise tener entre mis manos. Sin embargo los años, siempre el tiempo ha querido besar la belleza para volverla vieja. De muchachito taciturno con sus pies besando el suelo , a adulto impenitente. Metamorfosis. Pero no soy Samsa. No soy insecto que se debate por halar el pestillo de la puerta. Soy, existo para explorar –mejor diría para seguir- el camino que le falta dibujar mis pisadas. A esta altura de la vida, hay que ser optimista para mirar al colibrí como baila, accionando su diminuto cuerpo para alcanzar la plenitud. Esa es la voz: Alcanzar. A cualquier precio, alcanzar la plenitud, dejar de lado aquello que se convierte en traba y negro cielo. Admiro la locura por su limpidez. El loco quiere alcanzar la perfección y el triunfo, porque su locura lo hace cada día más loco. Y ese es su triunfo. El camino se ensancha en el paisaje y la vida sigue siendo una huella. |
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De: Taty |
Envoyé: 18/06/2012 17:40 |
Gracias por estampar tus huellas en nuestra casita,
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