Hace mucho que quiero contarte que no soy muy diferente a vos.
Que tenemos diferencias, sí, pero sólo físicas.
Que siento, amo, necesito, exactamente igual que vos.
Que cuando te abrazo es para protegerte, y si no te digo la palabra que estás esperando o deseando escuchar, no es porque no la sienta, sino que sólo es porque te quiero más allá de las palabras.
Que si estoy con vos es sólo porque te amo.
Que entiendo tus cansancios y tus necesidades de cariño, pero si estoy a tu lado, ayudándote, teniendo paciencia ante tus enojos esporádicos, tu mal humor de muchos días, es sólo porque te entiendo y quiero ayudarte a disminuir tus preocupaciones.
Que a veces yo también tengo angustias y necesitaría llorar, pero no lo hago porque no quiero mostrarme débil ante vos.
Que quiero que pienses que soy tu poste, tu contención, tu muralla. La persona a la cual “vos” podés recurrir cuando te invada la tristeza y la desazón.
Que no te amo menos porque no te lo diga, ya que te amo más cada día y te lo demuestro con todas mis actitudes, a las que considero una ofrenda para vos.
¡Que soy “hombre”! y a nosotros nos cuesta un poco abrirnos de la manera que ustedes necesitan. Nos dijeron tanto de niños que éramos diferentes, que no debíamos llorar, que no debíamos mostrar debilidades, ¡que nos lo creímos!
Es por eso que te dejo estas líneas antes de irme a trabajar, pues quiero que sepas que te amo con mi vida, con mi hombría, con mis ternuras (esas que llegan a vos desde mis manos, en mis besos, en mis miradas).
Que soy hombre, sí. Que soy parco, sí. Que posiblemente sea muchas cosas más con las que no estás de acuerdo, ¡pero te amo mujer!, te amo tanto, tanto, ¡que sin vos simplemente no existiría!
Marta Díaz Petenatti
|