Cómo describirías un buen beso, un beso ideal, aquel que recuerdas con más fuerza?
Pues nada, ahí queda eso, y empiezo, como es tradición.
El beso ideal ocurre después de que se te ha clavado una
mirada en lo más hondo, en ese lugar que ni siquiera sabías
que existía.
Y sientes calor cuando un aliento suave se acerca y te
recorre el rostro acariciándote la nariz, las mejillas...
Enseguida notas la presión de esos labios que anhelabas en
tus labios y te atraviesa una sacudida desde el meñique del
pié hasta los más ínfimos vellos de la nuca.
Cierras los ojos y te deleitas con la siguiente presión, y
la siguiente... y sientes que ese mordisquito te va a hacer
explotar la cabeza.
Una eternidad en unas décimas de segundo...
Por suerte, esa lengua húmeda, cálida, juguetona y voráz
te abre y explora la válvula de escape que te permite conservar la cabeza
en su sitio, aunque la pierdas, aunque ya no es tuya.
Y el tiempo se detiene mientras los
sabores en tu boca se confunden con ríos de fuego y lava en
oleadas intensas de placer y dolor agudo mientras el ansia
y el deseo te hacen morirte una y otra vez. Y otra vez.
Te despiertas y esa mirada sigue ahí, incrustada de tu
alma. No tienes ni idea de qué ha pasado.
Ni idea.
Pero quieres más, y vas a por ello.
Horas después no te puedes concentrar en el trabajo.
Ni en el estudio.
Ni en la cena.
Ni en nada.
Ni al día siguiente...
Imágenes de sensaciones y olores se transforman en
descargas de un millón de voltios recorriendo todo tu ser.
Ahora lo sabes: te has muerto y estás en el cielo.
Por eso besos así ocurren muy pocas veces en la vida.
Y menos mal, porque te vuelves tan idiota...
De la red