Estamos inmersos en una sociedad de consumo donde todo se compra y se vende para ser usado. La línea divisoria entre objeto y persona ya no es tan nítida como solía serlo cuando no todo se podía comprar. Las elecciones de pareja ya no se basan en sentimientos sino en requisitos que hay que cumplir dentro del espectro de la demanda general, determinado por la cultura y las modas. De esta manera cada uno ofrece su mercadería tratando de que en el intercambio no exista un desequilibrio de valores que pueda interferir en la relación. Es un modo de establecer vínculos casi tan parecidos como los matrimonios arreglados de antaño, que nos parecían tan ridículos y fríos. Sin embargo, a pesar de tomar previsiones de toda índole y tratar de encontrar alguien con intereses compatibles, las parejas fracasan. Estos fracasos nos demuestran que mantener un amor verdadero no es innato ni prefabricado sino que exige un aprendizaje. Se puede aprender a amar para siempre a alguien si tenemos mayor conciencia de nosotros mismos.
El sentimiento de aislamiento es propio de la naturaleza humana y es el origen de la angustia. La vida del hombre de hoy se centra en cómo superar su soledad. Resulta difícil lograr superar el estado de separación y lograr recuperar el anhelo de pertenencia y unión, en una sociedad donde el individuo no se puede diferenciar del otro. La masificación atenta contra la identidad y nos convierte en objetos que son más valorados y aceptados en la medida que hacen, dicen, usan, y piensan lo mismo. Lo único que puede salvar al hombre del mundo robotizado que ha creado es el verdadero amor, interpretado como una unión cuya condición esencial es el respeto por la propia individualidad.
La unión amorosa que respeta la individualidad es la única que puede evitar la angustia que provoca el aislamiento y que al mismo tiempo le permite a una persona ser ella misma. El amor no puede ser nunca un arrebato pasional, sino un acto de entrega donde dar es más importante que recibir. No significa una forma de dar sacrificándose o sufriendo sino dar lo mejor de si mismo convirtiendo al otro también en un dador y creando felicidad para los dos.
El amor es un poder que produce amor, siempre que ninguno de los dos sea tratado como un objeto de uso. Si una persona no ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista y su deseo de manipular para conseguir sus propios fines egoístas, tiene miedo de darse y por lo tanto también miedo de amar. Porque amar exige cuidado, atenciones, responsabilidades, respeto y sabiduría; y la esencia del amor es hacer el esfuerzo necesario para hacerlo crecer. La responsabilidad implica estar dispuesto a responder y no significa un deber o algo impuesto desde el exterior. Respetar a una persona significa la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única y preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es, no como el otro necesita que sea, como un objeto para su uso.
La sabiduría es imprescindible para entender al otro en sus propios términos y para llegar a conocerlo a través de la unión amorosa, sin necesidad del pensamiento. Es como la experiencia de Dios, que no se trata de un conocimiento intelectual sino de un sentimiento de intimidad y unión con él, y el amor al otro es primer paso hacia la trascendencia. Lejos de lo que se supone, el amor no es el resultado de la satisfacción sexual adecuada, por el contrario, la felicidad sexual y los completos conocimientos de las técnicas sexuales, son el resultado del amor.
El temor o el odio al otro sexo son la base de las dificultades que no permiten a una persona entregarse por completo y la espontaneidad y la confianza diluyen los problemas. El amor verdadero no implica ausencia de conflicto. Los conflictos reales de la realidad interna de cada uno contribuyen para aclarar y liberar energías y para fortalecer a la pareja. El amor sólo es posible cuando la comunicación entre dos personas no se realiza desde la superficialidad del ego sino desde la parte esencial de ellos mismos. No es algo estático ni tranquilo, es un desafío constante de dos libertades que quieren por sobre todas las cosas crecer y estar juntos.