Vuelve a casa
Escuché una historia de amor verídica que me impactó. Es sobre una madre muy pobre que tenía una hija bastante bonita. Ellas vivían cerca de Río de Janeiro. La madre temía que su hija fuese para esa ciudad porque sabía lo que sucedería. Al regresar un día a su casa, se encontró con la noticia temida. Su hija había partido hacia Río de Janeiro, dejándole una nota: “Me voy a Río en busca de una vida”. La madre no lo dudó, tomó el poco dinero con que contaba y se fue para esa ciudad. Se hizo sacar fotos y recorrió cada hotel, cada cine, cada restaurante, cada discoteca y en cada lugar donde fue, dejó una foto con su cara. Luego de una búsqueda infructuosa, finalmente se quedó sin dinero y regresó a su hogar. Un día, después de mucho tiempo, la hija, bajando las escale ras de un hotel en Río de Janeiro encontró una foto de su madre pegada. Se conmovió y fue hacia esa foto. A esta altura, parecía haber envejecido quince años en poco tiempo. Se había convertido en una prostituta. Estaba precisamente ese día con un hombre. Al tomar la foto de su madre, encontró que en el reverso había un mensaje que ésta le había dejado:
“No importa en lo que te convertiste y qué hiciste.
Por favor, vuelve a casa”.
La madre le estaba confirmando que su amor hacia ella se mantendría inalterable más allá de cualquier situación. Le rogaba que retornase a casa porque allí habría un lugar, su lugar.
Quien compartía esta historia, asemejó este amor al Amor de Dios para con nosotros. Dios quiere que no nos olvidemos de Su Obstinado Amor. Él, aunque hayamos perdido el rumbo, más allá de nuestras más groseras equivocaciones, nos dice una y otra vez:
“No importa en lo que te convertiste y qué hiciste.
Por favor, vuelve a casa”.
En su Infinito Amor te sigue mirando no por lo que hoy eres, sino a partir de aquello en lo que te puedes convertir. Los ojos del Amor son los ojos de la Fe. Él nunca renunciará a Su Propósito de que seas todo lo que puedes llegar a ser. Él no duda de Su Poder. Somos nosotros los que, al bajar la vista, miramos nuestra condición y nos olvidamos de que para Dios ninguna situación es irreversible.
Amigo, nadie puede obligarte a que vivas en comunión con Dios. Ni Él mismo te obligará. El amor va asociado a la libertad. Pero recuerda que cada día Él estará allí buscándote para expresar con ternura: “No importa en lo que te convertiste y qué hiciste. Por favor, vuelve a casa”.