Las arrugas marchitan la piel pero son el fiel reflejo de las vivencias, el espejo de mil experiencias, surcos formados por el afán, la ardua lucha, los trasnochos en la cabecera de los hijos, el insomnio por cumplir los deberes, el madrugar para rendir el tiempo, el sumar y ganar recompensas y pérdidas, soltar las angustias, amarrar las alegrías, anidar la ternura, acunar los sueños, mecer las tristezas, celebrar los triunfos, elevarse en la vorágine del tiempo y confundirse en la espiritualidad, navegar entre la pérdida de los seres queridos que formaron parte de nuestras vidas, que fueron luces que animaron nuestras existencias, las sombras que seguían nuestros pasos.
Las arrugas son también la demostración de las depresiones superadas, la procesión que va por dentro, el sonreír sin ganas, el llorar cuando se dejan por primera vez nuestros hijos en el Jardín de Infancia, desvelarse ayudándolos en sus deberes escolares, el animar sus fiestas de cumpleaños y todavía seguir orando por su suerte y progreso, por sus luchas que son las nuestras, por sus sueños que son prolongación de los que hemos forjado, por los nietos, luceros que alumbran la existencia del tiempo que nos queda por vivir, por buscar la libertad interna y externa, desplegar las alas de la ilusión en vuelos incesantes, increíbles, en pos de un futuro gratificante, que permite justificar la existencia y seguir elevándonos en el tiempo y la distancia cuando calle nuestra voz.
de la red
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