Si alguien preciado para mí experimenta un momento difícil, puede que piense en cómo ayudar. Alimentos o transporte puede que sean apreciados, sin embargo, mi presencia compasiva es el mayor regalo que puedo dar. Voy a mi interior en oración para conectarme con la sabiduría de Dios, dejando ir cualquier suposición o expectativa. Abro mi corazón y mente para escuchar y comprender plenamente lo que la otra persona siente.

La empatía es una extensión natural de mi amor, así que mis experiencias no tienen que reflejar la de otra persona para poder sentir conmiseración. Simplemente abro mi corazón y mantengo un espacio sagrado. Ayudo a mis seres queridos afable y comprensivamente. La sabiduría divina guía mis palabras y acciones.

El Espíritu es la fuente de toda energía y entusiasmo. Si no estoy en contacto con el Espíritu, fuera de alineación con mi naturaleza divina, estos pueden disminuir. Sin embargo, cuando tengo mi mente centrada en Dios, la energía de la vida divina surge en mí, recargando mi mente, cuerpo y espíritu.

Avivado por lo Divino, tengo toda la vitalidad que necesito para lograr lo que debo hacer. Cada día me emociona la oportunidad de crecer y convertirme en la persona que se supone que sea. Participo en actividades que enriquecen el alma, tales como la oración, meditación y el servicio a los demás. Cualquier situación que surja durante el día, la manejo con una actitud gozosa, respaldado por el conocimiento de que el Espíritu es mi fuente infalible.

Algunas partes del espectro de la luz infrarroja y ultravioleta no pueden ser vistas por el ojo humano. Sin embargo, existen. De manera similar, la conciencia crística está presente todo el tiempo, aunque yo no pueda percibirla.

Cuando la vida va bien, aprecio fácilmente la divinidad en la gente y en las circunstancias. Mas cuando las experiencias no son de mi gusto, percibir la perspectiva espiritual puede ser más difícil. Entonces, respiro profundamente y descanso en la conciencia crística, ese conocimiento interno de lo Divino que siempre está conmigo. Al orar, invoco al Cristo morador para que me ayude a ver cualquier situación de manera diferente. La presencia viviente y amorosa del Cristo obra en y por medio de mí.