Me levanto una mañana. Salgo de mi casa. Hay un pozo en la acera. No lo veo… y me caigo en él.
Día siguiente. Salgo de mi casa. Me olvido de que hay un pozo en la acera… y vuelvo a caer en él.
Tercer día. Salgo de mi casa tratando de acordarme de que hay un pozo en la acera. Sin embargo, no lo recuerdo… y caigo en él.
Cuarto día. Salgo de mi casa tratando de acordarme del pozo en la acera. Lo recuerdo. Y a pesar de eso, no veo el pozo… y caigo en él.
Quinto día. Salgo de mi casa. Recuerdo que tengo que tener presente el pozo en la acera. Y camino mirando el suelo. Y lo veo. Y a pesar de verlo… caigo en él.
Sexto día. Salgo de mi casa. Recuerdo el pozo en la acera. Voy buscándolo con la vista. Lo veo. Intento saltarlo… pero caigo en él.
Séptimo día. Salgo de mi casa. Veo el pozo. Tomo carrera. Salto. Rozo con las puntas de mis pies el borde del otro lado. Pero no es suficiente… y caigo en él.
Octavo día. Salgo de mi casa. Veo el pozo. Tomo carrera. Salgo. ¡Llego al otro lado! Me siento tan orgulloso de haberlo conseguido que lo festejo dando saltos de alegría. Y al hacerlo… caigo otra vez en el pozo.
Noveno día. Salgo de mi casa. Veo el pozo. Tomo carrera. Lo salto… y sigo caminando.
Décimo día. Me doy cuenta, justo hoy de que es más cómodo caminar por la acera de enfrente.
Jorge Bucay
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