La frase, acuñada por Antonio Machado en uno de sus inmortales
poemas, nos parece a todos acertada y exacta. Y todos la comprendemos
fácilmente. Todos entendemos que, si no hay camino, hay que hacerlo,
con lo cual hay que andarlo por primera vez; pero también que, si ya
existe, al caminar por él, lo ampliamos, lo afirmamos, lo hacemos más
seguro y más transitable y más cómodo.
En resumen: que siempre que andamos, hacemos camino.
Pero, examinemos la frase desde el punto de vista oculto. ¿Qué otra
cosa nos dice?
Nuestra vida es un camino aún no transitado y que, por tanto, hay
que abrir… andando, pero, con el ejercicio de nuestro libre albedrío,
escogiendo, a cada paso, una entre las infinitas posibilidades de
actuación que se nos presentan.
Porque, cada instante de nuestra vida está formado, en última
instancia, por una decisión que pone en marcha una posibilidad, y sólo
una y, con ello, desecha todas las demás. Y cada decisión es un paso que
hace camino, que desbroza el terreno, que orienta y condiciona los
futuros pasos y que, de modo inevitable, nos aproxima a la meta.
La vida, pues, no es más que un ininterrumpido decidir, un
permanente caminar y un incesante e ineludible hacer camino al andar.
De ahí nuestra exclusiva responsabilidad de adónde ese camino nos haya
llevado, al final de la vida.
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