"A veces siento que me gustaría estar al lado de la cama de cada ser humano en el momento
en que se levanta por la mañana para recordarle: ¡Sé feliz! ¡Sos mucho mejor de lo que piensas!",
ríe Alberto Lóizaga, psicoanalista y fundador del Centro de Actitudes que Sanan.
"El problema es que buscamos la felicidad donde no está: de afuera hacia adentro; cuando el proceso es al revés.
Vivimos llenos de miedos, atrapados en el temor al qué dirán; si nos quieren o no; si nos valoran o no.
Convencidos de que seremos felices cuando tengamos más dinero, una casa más grande y mejor ubicada o
un auto más importante. Cuando viajemos y logremos el lugar que nos corresponde en la empresa
donde trabajamos y tantas otras cosas", agrega.
Alberto Lóizaga es uno de los introductores de la medicina mente-cuerpo entre nosotros, con libros como
Psicoanálisis actual, donde trata la relación de la meditación con el psicoanálisis, y Ser uno mismo,
una guía hacia la felicidad a través de la meditación, que presentó días atrás.
"Sin embargo, si bien el logro de estas metas puede crear satisfacciones, tarde o temprano terminará por
dejarnos un sabor a nada, vacíos y en espera de una nueva oportunidad. Hasta que comprendamos que
nada de eso nos va a dar la auténtica felicidad, la alegría profunda de ser nosotros mismos,
de amar desinteresadamente", apunta.
-¿Cuál es el camino?
-Entrar en contacto con nuestro ser, un espacio en lo más profundo de nosotros donde no hay temor,
donde reina la paz y el amor. Pero no podemos lograrlo por medio del pensamiento, porque nuestro intelecto
mira la realidad y la transforma en signos, sin una experiencia directa. Pensemos en una manzana:
el intelecto ve la manzana y comienza a describirla, analiza su color, textura, consistencia, composición,
forma de cultivo, etcétera. Un tratado sobre la manzana puede ocupar bibliotecas enteras, pero nuestro
conocimiento no es una experiencia directa. En cambio, morder una manzana, comerla, es una vivencia.
Hay un abismo entre comer una manzana y reflexionar o leer sobre ella.
Es decir que para entrar en contacto con nuestro ser tenemos que superar la barrera del pensamiento.
Y para mí, desde hace alrededor de 40 años, ese medio es la meditación.
-¿Cómo la descubrió ?
-La primera vez que oí hablar de meditación trascendental fue en 1968, cuando estuvo en Buenos Aires su
propagador en el mundo, Maharishi Mahesh Yogi, y la familia Reynal, en cuya casa el gurú se hospedaba,
unos casos aunque algo exótico. Sin embargo, años más tarde, cuando era jefe de residentes del
Hospital de Clínicas y tenía que atender enfermos terminales, descubrí su importancia.
Había una paciente embarazada que sufría un mal que se denomina porfiria intermitente aguda.
Es una enfermedad muy grave y compleja en la que la luz del sol hace que el organismo reaccione y produzca
sustancias tóxicas. La mujer quería dar a luz antes de morir y en mi preocupación por aliviarla recordé la
meditación y la ayudé a meditar. Eso la alivió y, pese a que no pudo dar a luz, murió en paz.
Después comencé a utilizarla con otros enfermos y eso me llevó a comprender que la
meditación era la llave para acceder a ese espacio de amor, paz y felicidad que está en lo más profundo
de nosotros y es nuestra auténtica naturaleza.
-¿Cómo se medita?
-Buscamos un lugar tranquilo donde no seamos molestados, nos relajamos y comenzamos a repetir el mantra,
un sonido que carece de significado, que se repite sin concentración, simplemente como una repetición mental.
Al comenzar asaltarán pensamientos, urgencias de la vida cotidiana, como a qué hora tenemos que estar
en determinado lugar, por ejemplo. Pero no los seguimos, no luchamos contra ellos, simplemente los dejamos
ir y venir mientras continuamos repitiendo nuestro mantra. El sonido nos permite ir penetrando más
y más profundamente en nosotros.
-¿Con quéfrecuencia habría que meditar?
-En general, dos veces por día, durante 15 o 20 minutos. Primero al levantarnos y después cuando comienza el atardecer.
Con la práctica, los pensamientos intrusos son cada vez menos. No debemos preocuparnos por interrupciones
como llamadas telefónicas, ruidos, porque esas interrupciones también son parte de la meditación.
Lo paradójico es que uno comienza a meditar para estar mejor consigo mismo. Pero está demostrado que los
cambios que produce el meditador en su entorno son muy beneficiosos para la comunidad.
Si hay un número suficiente de meditadores en una cárcel o en un instituto psiquiátrico baja el nivel
de agresión automáticamente.
-¿Una reflexión final?
-Se me ocurren dos: elige ser feliz en lugar de tener razón y el único miedo que hay que perder
es el miedo a perder el miedo.
Luis Aubele
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