Las cuatro etapas del Duelo
Toda pérdida tiene cuatro etapas por las cuales inexorablemente hay que caminar si uno quiere vivir el proceso sanamente. Los psicólogos hemos descrito que estas cuatro etapas son: la de shock, la de rabia, la de pena y, finalmente, la de reconciliación con el duelo. Quiero aclarar de inmediato que estas cuatro etapas no son secuenciales ni cronológicas en el tiempo.
Uno puede pasar por las cuatro en un día y eso es tan normal como quedarse pegado por un rato en alguna de ellas o sentir que uno avanzó de una etapa a otra y que por algo que pasa se vuelve a retroceder a la que se suponía era la etapa anterior.
No hay reglas ni secuencias teóricas, sino individuos e historias que deben respetarse. De hecho, para que un duelo sea evaluado como normal, tiene que haber pasado un año entero, debido a que hay que pasar por todas las fechas que con esa persona fueron importantes: Navidad, Año Nuevo, cumpleaños suyo y mío, “día de…” (lo que sea que se celebraba de acuerdo a las costumbres que teníamos con el que partió), etc. -para poder evaluar si uno literalmente se quedó “pegado” en el duelo y necesita apoyo externo para avanzar.
Cuando decía que muchas veces no éramos respetuosos con las penas del otro y que los apurábamos a superarlas, por una parte, por miedo a no saber qué hacer y, por otra, para poder seguir con nuestras vidas, con los duelos pasa lo mismo. En general, independiente de las características de la pérdida, no se permiten más de tres meses para sufrirla -y estoy siendo generosa-; pasado ese tiempo, uno debiera estar bien y tener todo asumido.
Esto inevitablemente lleva a que las penas se vivan en soledad y, por lo tanto, el riesgo de una enfermedad física aumenta, en la medida en que la pena literalmente se “enquista en el alma y en el cuerpo”.
Uno de los comentarios que me generó risa cuando viví determinada pérdida fue que al yo llorar no lo estaba dejando descansar. Recién habían pasado tres meses y yo además de mi pena enorme y de tener que desarrollar las fuerzas para levantarme y continuar, ¡tenía que hacerme cargo de su descanso!
Como este ejemplo hay muchos que evidencian el poco respeto que muestran algunas personas, lo que impide que podamos vivir sanamente nuestras pérdidas. Por eso los orientales dicen que cuando lloramos por una pérdida, al final lloramos por nosotros y no por los que se fueron. Yo lloro por mí, porque yo lo echo de menos, porque a mí me falta tocarlo, olerlo, escuchar su voz, porque quiero compartir con él o con ella tal o cual experiencia. La verdad es que la pena del duelo es una pena egoísta – en el buen sentido de la palabra- que necesita ser caminada para transmutar hacia un estado distinto.