Envejecer
Hay viejos de treinta años, de cuarenta,
en quienes la ilusión murió temprana,
cuya absurda rutina cotidiana
es la razón de vida, su herramienta.
Navegan por su mente somnolienta
buques fantasma, y sabe su desgana
poco de ayer y nada de mañana,
senilidad que abate y atormenta.
Y hay jóvenes, tal vez octogenarios,
ajenos a rigor de calendarios,
que nunca han aprendido a envejecer.
Porque aún tienen humor, y fantasía,
y osan soñar que danzan cada día
sobre la punta en pie de un alfiler.