Mi desierto era árido e infértil,
aunque mi bestia se ahoga en cometas.
Mi mente soñadora despertó sin remedio,
aunque mi carne me pedía calor ajeno.
Mi río giraba sólo en cuentos de hadas,
aunque mi mar golpeaba las rocas.
Un día vi la palmeara de un oasis,
y mi bestia preparó sus cometas.
Adormeciste mi mente y volvió a soñar,
y tu tibio aliento templó mi piel.
Las hadas desaparecieron junto a tu llegada,
y mi mar talló ángeles entre las rocas.
El néctar de tu oasis me regaló vida,
mis cometas voladores me dejaron ser libre.
Mi sueño pavimentó muestro futuro,
y tu seno me cobijó como un niño.
Tu presencia se reclama eterna,
y mi mar se apacigua ante tu mirada.
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