Dos soledades
Amo la soledad que de ti viene,
aunque me deje de calor desnudo;
despojado de ti, y arrinconado,
esa es la pesadumbre, el infortunio;
mas también descolgado de otras gentes,
de quienes me incomoda hasta el saludo.
Un islote soy ya, sin conexiones,
perdido en el azul, con sólo el flujo
del oleaje hablándome en espuma,
en avances, repliegues y murmullos.
No me apetece más. Lo tuve todo,
y ahora a dos soledades me habitúo;
la que tú me has impuesto, al evadirte,
y la que yo escogí, lejos del mundo.
Nadie podría repetir tus huellas,
atar parejo nudo,
reproducir tus noches,
abrirme idéntico ángulo de muslos.
Eras hotel de cinco estrellas; ¿cómo
adaptarme a pensión de vagabundo?
Mi soledad de ti ya ha ido limando
bordes de angustia y de dolor; la juzgo,
no por lo que perdí, mas por la gloria
de los triunfos logrados, también tuyos.
Y así, purificada
de cada adverso, frívolo atributo,
la llevo en prístina magnificencia,
como fue el mejor tiempo, sin rasguños.
La nueva soledad por mí adoptada
tiene carácter neutro. Ya no escucho
voces cantándome al pasar, ni acepto
miradas ávidas, de acento lúbrico,
ni devuelvo sonrisas,
ni admiro andares curvos,
pues no saben llegar donde llegaste,
ni pueden darme cuanto en ti capturo.
Camino soy que no transita nadie,
y en ambas soledades me bifurco.
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