UNA MANO SIEMPRE LISTA
Mis hijos y yo decidimos dar una caminata alrededor del lago cercano a nuestra casa el otro día. Es un lugar muy hermoso en el que pasar una tarde de primavera, cuando las hojas brotan de los árboles y las flores de la tierra. Tiene una trocha de grava bien gastada que le da la vuelta a todo el lago. Uno puede caminar a su propia velocidad y deleitarse en la belleza natural que le rodea.
Es el lugar perfecto para ponerse en contacto con Dios y llenar nuestra alma con gozo.
El único problema con la trocha es que, estando tan cerca del lago, la erosión a veces provoca hoyos a lo largo del camino. Fue mientras que caminábamos por ella el otro día que mi hijo mayor cayó, sin darse cuenta, en uno de estos hoyos. Tropezó y casi cayó pero, gracias a Dios, pudo estirar su mano y aferrarse a la mía. Le afirmé y caminamos juntos por un rato sintiéndonos conectados el uno al otro en nuestro amor.
Pienso que a veces las dificultades que enfrentamos en nuestro transitar por la vida se parecen mucho a estos hoyos en el suelo. Siempre están allí, provocando nuestro tropiezo y a veces nuestras caídas. Es bueno saber, sin embargo, que siempre podemos estirar la mano y tomarnos de la de nuestro Padre Celestial.
Él siempre está a nuestro lado esperando levantarnos y afirmarnos. Siempre está preparado para que tomemos Su mano y caminemos junto a Él conectados en amor para siempre.
La próxima vez que tropecemos y caigamos en nuestra travesía por la vida no dejemos de estirarnos y alcanzar la amorosa mano de Dios. Y una vez que la tomamos, no la soltemos.
Caminemos con Dios para siempre, escogiendo amar y compartir gozo con cada paso que demos. Recordemos que con la amorosa mano de Dios estabilizando nuestro caminar, podremos estirar la otra para alcanzar a otros que también hayan caído.
La travesía por la vida, después de todo, es siempre mejor cuando sostenemos
las manos de aquellos a quienes amamos.