La noche
Por que duermas, hijo mío, el ocaso no arde más: no hay más brillo que el rocío, más blancura que mi faz.
Por que duermas, hijo mío, el camino enmudeció: nadie gime sino el río; nada existe sino yo.
Se anegó de niebla el llano. Se encongió el suspiro azul. Se ha posado como mano sobre el mundo la quietud.
Yo no sólo fui meciendo a mi niño en mi cantar: a la Tierra iba durmiendo el vaivén del acunar...
Gabriela Mistral
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