Cuando la sirvienta entró en la sala y vio a su reina y ama, Metanira, y a esa mujer madura que Demeter aparentaba ser, sumidas en congoja, sintió que no era hora de unirse a su dolor. Con desparpajo comenzó a contar historias risueñas, chascarrillos que rozaban la impertinencia, humoradas que -aunque torpes y subidas de tono-, dichas con tino, lograron hacer reír a Demeter.
Así quedó, la diosa, en el palacio del rey Celeo, de Eleusis.
Allí tuvo el consuelo de poder prodigar todo ese cariño que latía en su seno al pequeño Demofonte.
Tanto fue su amor, que "lo ungía con ambrosía como si fuera hijo de un dios y le soplaba suavemente, cuando lo llevaba en brazos. Durante la noche, a menudo lo escondía como una tea bajo el fuego ardiente, a escondidas de sus padres, y para ellos era cosa maravillosa ver que crecía como una rama nueva y se parecía a un dios"*.
Demeter estaba tan feliz que diariamente agradecía a Helios, a quien consideraba su único amigo.
Lo que voy a confiaros ahora es la verdad de esta historia. Algo que los mortales nunca han entendido bien, ni siquiera los poetas, inventando mil razones para explicarlo. Tened presente que estos sucesos ocurrieron muy al principio de la historia olímpica, cuando ningún dios se había vinculado aún con los mortales.
Helios había sido el único que había tenido el valor de decir la verdad a Demeter acerca de lo sucedido con su pequeña hija, Kora. Cuando vio a Demeter desesperada buscándola, él le había confiado que, aquella tarde, cuando Kora había quedado jugando con las Oceanides, la pequeña había visto un narciso, que Gea había hecho crecer, extaordinariamente hermoso.
Kora había querido cortarlo pero, en ese momento, se había abierto la tierra y de ella había emergido el mismo Hades.
Hades había raptado a Kora.
Helios había presenciado cuando la niña gritaba llamando a su madre y a Zeus, su padre, hasta que Hades la sumió bajo tierra, en el mundo de las sombras al que no accedían otros dioses ni Demeter podría llegar jamás.
Zeus no había auxiliado a su hija, porque él había pedido ese rapto a su hermano, Hades.
-¿Por qué tanta crueldad? -recuerdo que gritó desgarradoramente Demeter.
-Mi querida amiga... -fue la respuesta de Helios- Todos los dioses somos muy buenos, pero hay cosas que no pueden consentirse. Una de ellas, esa afición tuya a vincularte con los mortales. Zeus es el responsable del orden olímpico...- procuró explicar.
-Pero Kora es una niña aún... -lloraba la madre- ¿Por qué a ella y no a mí....?
-Te comprendo -los rayos solares procuraban entibiar con sus caricias el corazón de Demeter- Pero así lo ha dispuesto Zeus. Tal vez si cesaras en esa actitud tuya y regresaras al Olimpo...
-¡Jamás! -se había erguido la madre de los trigales y de la tierra fructífera- ¡Me debo a las cosechas! ¿Qué harían los mortales, a quienes prometí los cultivos, si ahora los abandono?
Demeter, encendido el rostro al recordar esa conversación, miró a Demofonte que tenía en sus brazos.
Cesó en sus pensamientos y tomó una decisión.
Haría de ese niño un inmortal. Así -y esto nadie lo sabe- aunque la obligaran a regresar al Olimpo, estaría su hijo de leche en la tierra para cumplir su misión.
Encendió, entonces, una gran hoguera, que consagró con su poder mágico para que, sin dañar al hijo de Celeo, quemara todo lo de humano que quedaba en él.
En eso estaba cuando llegó Metanira y vio la escena con terror visceral.
-¡Demofonte! ¡Hijo mío! -gritó, al ver al niño en las llamas, y quiso arrebatarlo de las manos divinas.
Esa intervención de la mortal destruyó el efecto de la ceremonia.
Demeter, cargada de ira, se reveló en todo su esplendor divino, arrojando al niño a un lado.
-¡Ahora, por tu culpa, será mortal y correrá la suerte de los mortales! -dijo, terrible. La belleza de su cabellera rubia como el trigo radiaba, iluminando el palacio como un rayo y exhalaba toda ella perfumes exquisitos.
Las cuatro hijas de Metanira y Celeo acudieron al escuchar todo esto y ver esa luz. Su madre estaba postrada en profundo horror y llantos por la ofensa inferida a la diosa y por todo lo que había hecho perder a su hijo.
Viendo a su hermano, desconsolado, llorar en el suelo, una comenzó a mecer al niño, otra quería bañarlo para que cese su llanto, la tercera se desvivía en caricias.
-¡Oh, diosa! -se atrevió la mayor- ¿Cómo podemos nosotras ser nodrizas de un niño que ha recibido tus caricias? ¡Muy inferiores somos a tu maternidad amorosa!
Llegó en ese momento el rey Celeo y, al comprender lo que pasaba, pstrado el rostro en tierra, juró a la diosa levantarle allí un templo.
Conmovida, Demeter consintió en quedar en Eleusis y habitar el templo que Celeo le construyera y prometió que Demofonte, pese a que sería mortal, su nombre no se olvidaría nunca, por haber sido amamantado por una diosa.
Pero, resentida con los dioses, por no devolverle a su hija, y con los mortales, por la afrenta recibida, se negó a que crezca más el trigo.
Al anoticiarse Zeus de que en Eleusis no creía más el trigo supuso inmediatamente que Demeter no debía ser ajena a ello.
Desde que había pedido Helios que secuestrara a Kora para lograr que Demeter cejara en sus actitudes en favor de los mortales, no había tenido noticias de ella.
Cuando se enteró bien de lo sucedido, Zeus temió que ese conflicto de Demeter con los mortales llegara a mayores. Que esa madre herida no dejara crecer el trigo en toda la tierra y que todo ello culminara en una confusón entre dioses y mortales más grave que la que había querido evitar.
Así, por medio de Hermes, comunicó a Demeter que le restituiría a su hija si ella, por su parte, consentía en regresar al Olimpo y hacía crecer nuevamente el trigo en Eleusis. Sólo lo último aceptó Demeter, así como en comunicarse con los mortales únicamente en el templo. Mas no en retornar al Olimpo y ababdonar los trigales.
Pero fue Hades el que se opuso a devolver a Kora. Enamorado de la bellísima y joven diosa, a quien llamaba Persefone, no quería dejar que volviera con su madre.
Persefone, igualmente, no aceptaba dejar su rango de grave diosa de los infiernos.
Fue una hábil maniobra de Zeus la que logró el acuerdo.
Persefone permanecería un tercio del año con Hades y el resto, con su madre.
De tal modo, durante un tercio del año las plantas no germinan pero, el reencuentro de madre e hija, Demeter y Persefone o Kora, es la fiesta de la primavera.
Porque Demeter, en invierno, como todos los dioses del Olimpo, sufre nuevamente con intensidad divina, si no la muerte, la separación, de origen tan injusto, de aquella hija a la que ama.
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Abrazo con ternura a todas las madres, especialmente a las separadas injustamente de sus hijos
Jove
* Himno Homérico a Demeter, citado por Meautis, G., en Mitología Griega... pág. 95.