DIVERSIÓN DE MAGAS MEDIEVALES
Decepcionada, la doncella Eglantina, por no haber sido reconocida por el Rey Arturo, se dirigió a casa de una de sus parientas, que era maga y que había llegado a una edad muy avanzada sin haber experimentado ninguna de las molestias de la vejez. Era la Dama de Avalon, quien sí la reconoció y le informó que había pasado un siglo desde que Eglantina se había ido y que el barco encantado en el que viajó la había conservado en la misma edad que tenía al tiempo de haberse embarcado.
En agradecimiento, la doncella le regaló tres anillos muy valiosos para una maga.
El primero tenía la virtud de preservar a quien lo llevaba de todo tipo de encantamiento y de destruirlos.
El segundo otorgaba el privilegio de pedir y de obtener todo lo que se pidiera sin poder resistirse
Y el tercero podía volver invisible a quien lo llevara.
Los magos no están exentos del amor propio de los hombres. En cuanto la Dama de Avalon estuvo en posesión de los anillos quiso darlos a conocer a otras tres magas amigas suyas que tenían más poder que ella, y les envió una de sus doncellas para que vinieran a reunirse a su castillo. Ésta fue primero al palacio de la Reina de Norgalles, donde encontró, además, a la hermosa Sybila que había venido a visitarla. Ambas, con la mensajera, fueron a casa de Morgana, que era la tercera. Pero Morgana tenía otras ocupaciones y les hizo decir que estaba ausente.
Llegaron así las dos invitadas acompañadas solamente por la doncella Eglantina, al Castillo de Avalon.
La Dama de Avalon las recibió con afecto y les dijo que temía haber olvidado algunos de sus poderes, ya que hacía tiempo que no los utilizaba, por lo que les propuso que hicieran un ensayo de todo lo que sabían. Sybila y la Reina de Norgalles aceptaron gustosas, pues pensaron que –al ser infinitamente más sabias que la Dama de Avalon– sería muy divertido.
Se oyó entonces un ruido terrible, como si un ejército numeroso atacase el castillo, forzara las puertas y arrasara todo a sangre y fuego. Los criados huían dando grandes gritos para refugiarse en la habitación donde estaba su dueña pero su pavor fue aún más grave cuando vieron que salían llamas por todos lados amenazando consumir la habitación.
Sin embargo las llamas fueron apagándose para dar paso a un fenómeno aún más terrible, una inundación que subía rápidamente y había alcanzado ya un pie de altura en esa sala.
-Hermosas damas- dijo la Dama de Avalon a sus amigas –vuestros vestidos de van a estropear con el agua, quitáoslos y tirad vuestros ropajes sobre este alto armario.
Las dos invitadas, sin poderla desobedecer, se desvistieron con una rapidez asombrosa.
Cuando estuvieron en el estado en que habían venido al mundo, la Dama de Avalon las tocó con su vara y todos los prodigios cesaron, dándose cuenta ellas del estado en que se encontraban delante de los criados.
Mientras tanto, Morgana, cuya inclinación a los placeres es conocida, se dedicaba al cuidado de un joven hermoso como el amor, herido en combate y que había hecho rescatar por sus demonios para curarlo. Menos joven y menos fresca que el resto de sus amigas, esperaba que, a su curación, el joven le pagara su salud con la satisfacción de sus pasiones que, de otro modo, ya no podría conseguir. Pero, viendo que le quedaba tiempo, luego de hacer jurar al joven que no se iría, decidió ir a reunirse con sus amigas.
El viaje de las hadas de la categoría de Morgana no se hace como el de las magas de inferior categoría; ella creyó su deber anunciarse por prodigios asombrosos. Una multitud de espectros y monstruos a cual más extraño, armados y vestidos ridículamente, precedían su carro tirado por cuatro enormes dragones que vomitaban fuego y humo; una música horrorosa parecía amenazar a toda la región con su ruido.
Sorprendidas la Dama de Avalon y sus amigas por todo este alboroto salieron al patio del castillo y de inmediato reconocieron a Morgana.
-Mi querida y buena amiga- le dijo la Dama de Avalon -¿Por qué os presentáis aquí con este séquito espantoso que solo es bueno para con los enemigos? Despedid vuestra escolta, deshaceos de vuestra indumentaria y mostrad los encantos que el amor se ha complacido en formar y a los que embellece cada día.
Morgana no pudo negarse ante el encantamiento del anillo; al instante su cortejo desapareció y algunos minutos después se encontró en el estado en que estaba Venus al salir de la onda; pero no se parecía a ella, pues sus bellezas se resentían furiosamente por el destrozo de los años y el uso frecuente de una voluptuosidad inmoderada: era fácil ver que su obediencia no era voluntaria.
Cuando la Dama de Avalon devolvió el uso de su razón a Morgana, ésta quedó horrorizada al verse en ese estado.
-Amigas mías- dijo -¡qué jugarreta sangrienta acabáis de hacerme! Habría estado bien si yo fuera de vuestra edad, pero los misterios que la ropa disimula y acabáis de descubrir serían suficientes para hacerme morir de vergüenza y de dolor si otras gentes que no fuerais vosotras se enteraren. Reconozco que vuestro poder está por encima del mío, pues habéis podido obligarme a tal acción.
-Consolaos, hermana- le dijeron las tres damas -, nadie más que nosotras conoce eso que queréis mantener oculto, olvidemos el pasado y pensemos solo en divertirnos.
Al día siguiente se separaron "buenas amigas"; yo lo dudo -dice el compositor del romance-, pues tres mujeres bonitas lo son muy raramente y la cuarta había de acordarse de la jugarreta que le habían hecho.
(Extracto de "El Mago Merlín", de Robert de Boron, traducción de Violeta García Santiago, Ed. Edicomunicación S.A., Barcelona, 1996).