COSAS DE BICHO FEO
Benteveo o Bichofeo
(pues en su canto prece decir "bicho-feo")
Esa mañana, como todas, Bicho Feo venía de ver a una novia.
Se paró a espulgarse en el cable del tendedero. Sabía que, hasta las nueve, Cipriana no salía a juntar la ropa. Eso le daba un rato para dejarse estar al sol tibio y, de paso, ponerse al tanto de lo que pasaba en el barrio.
Ezequiel, el gato de la casa, lo miró alerta desde el piso, pero no se dignó mover. Bicho Feo tampoco se molestó en burlarse de él, como solía hacerlo para comenzar bien el día. Además, esa broma cotidiana de anunciar su nombre para provocar a Ezequiel, que nunca podría subir al tendal, se le antojó ya gastada.
Calandria
Mama Calandria, que anidaba en el tradicional ciprés de su familia, silbó, como siempre, algunas prevenciones a sus hijas acerca de los gauchos que viven hablando de sí mismos, tan engañosos con sus cantos, siempre con corralera de colores y el sombrero echado hacia atrás.
-Tras embaucar los corazones de las buenas mozas -decía Mama Calandria, mirando de reojo a Bicho Feo- las usan y, después, las abandonan- y silbó eso de tal modo fuerte que se oyera desde el tendedero.
Bicho Feo soportó la indirecta con gesto indiferente y proclamó al mundo su nombre, como al azar, con esa voz compadrita que le había dado Dios, sin hacerse mayor malasangre.
Horneros sobre su nido
En las ramas de un roble, Juan Hornero y señora -él, con sus bombachas de campo y camisa marrón arremangada, ella, chinita simple, con sus ropitas pardas- bailaban su zapateo y zarandeo para afirmar las paredes del nido.
En el tensor de la antena de televisión se habían juntado las Mendieta, tres tijeretas que, luego de oír a Mama Calandria, tenían argumento para chismes a costa de las plumas de Bicho Feo.
Feliz de ser el centro de la atención de alguien, Bicho Feo volvió a proclamar su nombre a todo pulmón.
Quiso Dios, aunque valiéndose del diablo, que él mirara las largas plumas de la cola de Mama Calandria, inestable al agacharse en su nido cuando se ocupaba en peinar a sus pichonas. "¡Lástima que sea tan digna... no va a aflojar...!" entrecerró lascivamente los ojos, el pícaro de Bicho Feo. Mama Calandria era la más seria del barrio y siempre le había sido especialmente hostil. "¡En fin...! Mirar no me lo impide nadie..." se regodeó el furtivo y ostentó nuevamente su nombre como elogio que ella, acostumbrada a las guarangadas de su vecino, soportó con disimulada indignación.
Pero eso logró que Mama Calandria se distrajera y Nadia, la más chiquita de sus hijas -y la más caprichosa e inquieta-, que se había asomado al borde del nido, cayó al suelo.
Ezequiel, que parecía estar dormido, saltó en el acto hacia la pequeña Nadia que gemía en el piso. Mama Calandria lanzó un silbido de horror. Las Mendieta se desbandaron en vuelo desesperado hacia los cuatro vientos. 'Ña Hornera se lo dijo a su esposo, quien detuvo su zapateo y se preparó a acudir por la pichoncita, aunque sabía que en ello le iba la vida, porque Ezequiel era más rápido que él.
Ya Ezequiel estaba con su fauce sobre Nadia cuando un rayo verde, como una luz, pasó rasante ante su hocico levantando a la niña, a la que recién soltó de sus patas en el nido de Mama Calandria y no paró en su vuelo hasta una rama lejana del Ciprés.
La mirada agradecida de Mama Calandria se posó en Bicho Feo que se arreglaba las plumas, haciéndose el distraído, para que no se notara cómo le palpitaba el corazón tras ese vuelo en picada tan cerca de las garras de Ezequiel.
-Mami- dijo entonces Nidia -Los Bicho Feos son gauchos que cantan su nombre, pero no son de esos que vos decís ¿verdad?...
Mama Calandria no tuvo respuesta. Desde que su esposo, por confiado, muriera en las garras de Ezequiel, no había sentido por ninguno lo que ahora, por ese benteveo.
Bicho Feo lo percibió.
Pero, aprovechar ese arranque sensual de Mama Calandria en un momento en que la notaba agradecida, habría sido una canallada. Ya, algún día, la ganaría en buena ley.
Juan Hornero, desde su nido, lanzó su clarinada de glorias, que llenó de orgullo el pecho de Bicho Feo.
Abajo, Ezequiel lo miraba con odio.
Bicho Feo miró el rosal blanco que trepaba por la pared y satisfecho, proclamó su nombre al viento, como un acto más de su conocida vanidad, ni más fuerte ni más débil que siempre. Pero satisfecho de sí mismo y... del odio provocado a Ezequiel.
Jove
(c) by J.L.D. La Plata
Argentina 13/09/2009