Perdóname Señor, por haberle amado. Arde en fuego bravío la conciencia. Me dormí de pasión en sus brazos; olvidé sin querer; lo que dejé afuera.
Perdóname Señor; fue mi sueño soñado, locura de besos que aún me condenan. ¡Pero cómo no amarle tanto, tanto si estaba viva, sintiéndome muerta!
Fue agua del desierto en mis labios, sus brazos fuego divino que aún quema, sus ojos fueron los que me embrujaron caminando, éxtasis de caricias nuevas.
Le amé tanto mi Dios; cuál rito sagrado, como la noche espera el día que no llega. Sus besos fueron eslabones del relicario donde el recuerdo jamás; dormirse pueda.
Le amé en delirio ardiente sacrosanto, en jazmines preñados de primaveras donde navegan la lágrima y el llanto cuando en amores se explotan las estrellas.
Perdóname Señor, por haberle amado. Perdóname Dios, como a la Magdalena, fue gloria hacia el infierno cabalgando cuando la entrega amante; se entrega.
¡Dios; pero cómo no haberle amado si aún guardo el sabor del primer beso que me diera! Si su risa quedó profanando; lo profano. Si vistió de luna clara, todas mis penas.
Si pudiera en locura a su tiempo atraparlo me derramaría en silencio sobre su silueta. Sería tiempo secreto; sólo volviendo a amarlo en el pecado extraviado de almas gemelas.
Sólo que volvimos tarde a encontrarnos; donde no existe Dios, el tiempo ni la conciencia. Soy el recuerdo en el olvido; triste quedado, sollozo del pasado que hoy vuelve; se entrega.
ZULEIKA MERCED
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