Aquella noche de marzo la luna llena era intensa.
Los cuerpos parecían llenarlo todo, los corazones retumbaban en los dormitorios y los ojos de mil poetas anémicos descubrían en las sombras sus Dulcineas embelesadas.
* * *
Aquella era la noche de los espíritus y de los genios,
a quienes se oía discutir con el alma de los ratones exterminados durante decenios,
en los sótanos de los edificios ciegos, ante la luz blanca y espectral.
Y aquella noche los cuerpos amantes se rechazaban
y los cuerpos extraños se atraían.
Los corazones desmentían sus afectos,
convertidos los jóvenes virtuosos en lobizones
y los viciosos, en sensibles y tiernos amadores.
Las castas soñaban íncubos abrazándolas en fuego carnal
y las adúlteras regalaban consuelo a los viudos de espíritu.
Era la noche que precede al lunes
y el carnaval orgiástico aguardaba,
en la oquedad de las puertas,
para salir a esparcir sus fuegos fatuos.
En las calles reinaba el silencio previo a las batallas saturnales.
* * *
Esa noche, sin poder pegar los ojos por la luz negra, los sonidos sordos y los perfumes internos, sintió un suave tacto que le recorría el cuerpo. Sin seguridad sobre si era el viento o un insecto, pero sin poder permanecer más en su lecho revuelto, se levantó. Salió al extenso patio poblado de parrales, higueras y durazneros en fruto. Y escuchó la voz.
* * *
Aquella era la noche que los amigos ausentes están tan ausentes que ya no existen.
Que las odiadas por lastimar tanto a los seres queridos
se convierten en pobres víctimas a quienes no se había comprendido.
Que se entiende que las agresiones fueron defensas,
que las deslealtades, búsquedas despechadas.
La noche que los afectos no son sino asimientos desesperados.
Ni los que parecen víctimas, merecedores crueles falsarios.
Y las victimarias semejan mártires.
Aquella noche lloró, la luna, blancos copos tibios entre la parra.
Las uvas contemplaron, con sus ojos azorados,
la piel suave y almibarada de los duraznos,
los arietes, los pistones, los lechosos hilos bajo los rugosos nudos de la higuera...
el aire era ardiente en la humedad tibia y cobijante del patio
y sus luciérnagas,
y sus pétalos carnosos y acariciantes,
por fin,
se adormecieron.
* * *
Desde aquella noche el mundo es igual.
Pero los ojos dicen otras cosas y las piernas se rozan furtivamente amortiguando la falsa herida de la consabida y ahora cómplice agresión.
Desde aquella noche, sin embargo, en la dureza del pecho se sabe que la mano es traidora y la mirada, culpable.
Jove
(c) by J.L.D.
Argentina, 24/02/2010