...Y al fin de cuentas,
¿ qué nos queda ?
En esta hora del resumen,
el hombre, que aún habita
dentro nuestro,
está lanzando la pregunta.
Una pregunta levantada
desde la barricada de la lucha eterna.
Entre la teletipo y el radar.
Entre el asfalto y los rascacielos.
Entre las noches ojerosas de jazz.
Entre las madrugadas y los vientos.
¿ Y al fin de cuentas
qué nos queda?
El hombre espera la respuesta.
Mira hacia atrás
en el calendario de los pueblos.
Piensa...
siente...
recuerda...
La historia
cárcel irrefrenable,
anda y anda.
Lleva en las ancas
todos los clamores
y las cenizas de las guerras.
Y el estertor de los discursos.
Y ese papel untado de delirios
donde el hombre escribe
sus revoluciones.
Y al fin de cuentas
¿ qué nos queda?
Todo es prestado.
Todo viene de mano en mano.
Siglos enteros de ajetreo.
Edades sin edad del imposible.
Todo es prestado.
Y el hombre, como un Atlas,
carga el mundo que otros
le dejaron.
Y sigue,
sigue
- música repetida-
calesita que da vueltas
sobre el mismo eje de los infortunios.
Sigue,
amarrado a su destino amargo.
A un pedazo de tierra que no es suyo.
A la máquina infernal.
A las apreturas del salario.
Al humo de las fábricas.
Y a ese quedarse siempre,
con la mitad de la verdad
atragantada en la garganta.
...Y al fin de cuentas,
¿ qué nos queda ?
En esta hora del resumen,
nada más que el amor,
acaso el tiempo,
la arisca rebeldía,
y los silencios de la muerte.
Y en el nidal del alma,
la avellana del sueño,
orilla y centro
del desvelo eterno.
¿ Es mucho o poco ?
Ni más ni menos,
que un pulmón de acero
para seguir viviendo.
Fulvio Nelson Maddalena. Uruguayo.