Varios Años atrás, el devocionario “Nuestro Pan Diario”, publicó un artículo escrito por un autor anónimo.
Un día, cuando Juanito tenía 14 años, observó que su padre traía una feliz sonrisa al regresar a casa de la oficina. “Me hicieron la boleta por exceso de velocidad, pero Jorge en el Tribunal de Faltas me arregló el asunto”, dijo.
Cuando Juanito tenía 15 años estaba con su mamá en el auto, cuando ella chocó contra un árbol. El daño fácilmente excedería los U$100. “Vamos a decir que alguien nos chocó cuando estábamos estacionados en el centro, dijo ella. Así el seguro nos pagará a nosotros.”
Cuando el joven tenía 16 años, escuchó a su abuelo recordar los buenos tiempos de racionamiento cuando había ganado U$100.000 en el mercado negro negociando con autos. Esa misma noche, el tío Juan hacía alarde de los buenos negocios donde no enviaba facturas ni recibía cheques: sólo efectivo. “Por qué ser un pelele y dejar que esos chupa sangre de la Oficina Recaudadora de Impuestos se queden con todo mi dinero?” Preguntó.
Cuando Juanito cumplió 18 años, su familia tiró de todos los hilos para lograr una beca en una escuela particular muy apreciada. Hasta mintieron acerca de los ingresos familiares para que se viera cómo que su hijo necesitaba asistencia financiera. Cuando a Juanito se le hizo difícil el estudio, un chico de una clase superior le vendió las respuestas de un examen de matemáticas. A Juanito lo pescaron y lo echaron de la escuela. Cuando regresó a su casa, su madre se puso a llorar histéricamente por la vergüenza que había causado. “¿Cómo pudiste hacernos esto?, sollozaba. Nosotros no te educamos así.
Creo que sé por qué se publicó este artículo anónimamente; parece demasiado real como para no estar basado en algo que verdaderamente pasó. Alguien expresó muy bien esto: “La rama doblada puede rebotar en la cara”
(De mi correo)
Lucho G.