Un primo con el que no nos veíamos desde hace cien años.
En el año 2004 viajé a Francia buscando la casa de mi abuelo, emigrado a Argentina en 1872. Escasa idea tenía acerca de la ubicación del pueblo, poco recordaba el idioma aprendido en el colegio, solo portaba conmigo una fotografía de la finca, de 1934. Y el camino se hizo al andar.
Regresé con fotografías de los ignotos pero añorados muros, dejando mi teléfono al alcalde. No encontré familia.
A los meses me habló un primo que se había enterado de mi presencia por allí y viajaba a Argentina. Nos conocimos en Buenos Aires. Y me invitó a su casa, en Toulouse.
En octubre de 2005, tras aceptar su invitación, regresé de conocer a mi familia ignorada. Él me presentó a un amigo diciendo "es mi primo, con el que no nos veíamos desde hace cien años".
El final del camino de Machado.
Mi primo nos esperaba, a mi hija y a mí, en Barcelona y de inmediato partimos en su automóvil.
La Costa Brava. La Catalunya española y francesa –mal dicho, la Catalunya una y única– que mira un Mediterráneo nunca terminado de contemplar, con sus aguas verdes y transparentes, era bordeada por ese camino sinuoso que trepa montañas, abraza laderas, se interna en bosquecillos para, de vez en vez, abrirse a los altos riscos bañados por las aguas recorridas por Odiseo.
Desde su macizo granítico, milenario paisaje del Cantar de Rolando medieval, los Pirineos nos respaldaban, celestes, encerrando en su bruma matutina el misterio de los caminos gitanos de Carmen, de los senderos celtíberos más antiguos que la historia misma, que hacían una sola cosa de las primitivas tribus de gascones y aragoneses.
Un castillo lejano en Púbol, tras mil casas de colores, se asomaba sobre el mar y, con evocaciones de Dalí, tomaba sol en las playas de una bahía esmeralda. Los relojes se habían detenido, fundidos por la magnificencia.
Y Portbou, y la frontera, y Corbère.
Dos villas hermanas con un solo idioma altivo que desafía dos lenguas.
Próximos a Banyuls, bosques altivos y cursos de agua que, con la humildad del que debe seguir viviendo sin recordar la tecnología, buscaban con transparente ansiedad derramarse en el Mar de los fenicios, de los cartagineses, de los griegos, de los romanos.
En Port Vendres (la romana Portus Veneris, Puerto de Venus), mientras una multitud entre barcos y playas celebraba con olores a pescado asado, Venus milenaria sostenía sensual sus rocas negras, temerosa de que se desplomaran y pudiesen quebrar la paz de tanta memoria.
Por fin, Collioure –la puerta del Languedoc Rousillón– y los viñedos y el primer acogimiento de la los amigos de la familia desconocida, con un corazón grande como la ensalada de jamón de pato, el anisado y blanco pastís -bebida que yo desconocía-, el muy buen vino y la algarabía de un pueblo que ríe y come y bebe… que mañana ayunaremos. Y que te abraza con el afecto de tu tierra, de tu raza, de tus raíces.
Luego el Castillo que defendió el puerto con las balas esféricas de sus cañones y la iglesia que es un faro para los navegantes del mar y del espíritu.
Las callecitas entrecruzadas y a veces coronadas por un altar urbano
Y algo que no quise aprehender con la tecnología de una cámara, para que quede en el espíritu. La casa de la última huella de Antonio Machado, fallecido en el exilio.
Rosada.
Con una larga escalera cruzando en diagonal el muro.
Una voz castellana me cantaba rimas desconocidas en el alma
…La augusta confianza
a ti, Naturaleza, y paz te pido,
mi tregua de temor y de esperanza,
un grano de alegría, un mar del olvido…
(1)
La aventura de buscar las raíces para, desde ellas, saltar con más fuerza hacia el futuro, no tiene camino.
Se hace camino al andar.
Un fuerte abrazo, queridos amigos
Jove
(1) Antonio Machado, "Últimas lamentaciones de Abel Martín", Cancionero Apócrifo, CLXIX.
Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar.
Gracias Jove por recordar a un gran poeta español.
Querido amigo este recuerdo de tu viaje tambien me ha encantado ,sera porque me he pasado la vida tratando de juntar la raiz con la copa en el arbol que forma la familia .
Escribo tambien sobre estos sentimientos y sobre busquedas y encuentros para dejar a mis generaciones futuras un legado de claridad sobre nuestros antepasados.
A veces me parece que he ido a Burgos por ejemplo al pueblo ( Albacastro) donde vivieran mis generaciones pasadas por 1800 años (quizas), estaba triste y abandonado desde 2005 pero ahora estan reconstruyendo la iglesia y lo miro en google y al mirar agradesco a Dios que veo lo mismo que ellos vieron al ir a esta iglesia a bautizar sus niños ,casarse y a sus misas.
Conosco la ruta para llegar ,el camino de entrada ,la montaña atras ( la peña amaya) pero nunca he ido .
Son como sueños que de esta manera moderna se hacen realidades.
Ahhhhhh!!! olvide decir lo mas importante y es que sueño con encontrar a alguien de mi familia vivo, tiene que haber alguien en alguna parte de españa, quiero traermelo aqui a Uruguay . besos
Machado: un poeta extraordinario que supo seguramente apreciar lo bucòlico de este paisaje, (asi lo revela en sus poemas), Donde Dios, que habita en todos lados parece que estuviera mas cerca de nosotros.
¡CUANTA BELLEZA, JOVE! ¡CUANTA BELLEZA! Y EN DERREDOR DE ELLA, PEGADO A ELLA NUESTRA RAICES. PARECIERA QUE NUESTRA ALMA QUIERE SALTAR PARA INCORPORARSE AL PAISAJE. Y SI A ESO LE AGREGAMOS LA GENEROSIDAD DE LOS ALDEANOS YO DIGO, COMO LYN YUTANG: "¿NO ES ESTO LA FELICIDAD, AMIGO MìO?"