LOS CAMINOS HEREJES
(Viene de "El camino de Antonio Machado")
Los castillos se quedaron solos
Sin princesas ni caballeros
Solos a la orilla del río
Vestidos de musgo y silencio
María Elena Walsh
Cuando uno busca sus raíces lo encuentra todo. Virtud y defecto.
Y si las raíces se hunden en la Edad Media, encuentra también santidad y herejía. Y todo se debe asumir si no quiere uno mentirse acerca de sí mismo. Hasta el magno defecto de haber derramado sangre mil veces inocente en nombre de la mayor de las beatitudes, en nombre de lo Divino. El defecto de la intolerancia.
Así, con mi recién descubierto primo y mi hija, seguimos la marcha por el Sud Oeste de Francia, esta vez, por los castillos cátaros, siempre a la sombra de los Pirineos.
El catarismo fue una herejía medieval (1180 – 1220) dualista. Consideraba que el hombre es un trozo del espíritu (lo bueno) aprisionado por el cuerpo (la materia, lo malo) y Cristo un ángel de Dios adoptado como hijo, siendo su cuerpo una apariencia, por lo que no pudo sufrir. Se la ha considerado una religión distinta al cristianismo. Vivía en comunidades sin autoridades en la que los "perfectos" (que se privaban de todo placer) eran solamente propagadores de su fe, y el resto, como las obras del cuerpo carecían de todo valor, no tenían limitaciones de tipo ético. Practicaban el suicidio por inanición y se entregaban pasivamente a la muerte por el fuego, como liberación. Proliferó en el Languedoc, zona Sud Oeste de Francia, más bien por razones de regionalismo, por oposición al cristianismo de los cruzados, francos (germanos) y no celtíberos, así como tuvo influencia en Aragón. Antisemitas e intolerantes con las ideas católicas, fueron a su vez perseguidos por la inquisición(1).
En el misterio, se alzan aún las torres del Castillo de Quéribus, del Siglo IX, último bastión cátaro en la zona de Maury, a 728 m de altitud.
Sus muros, confundidos con la roca, defendieron a los últimos cátaros contra las persecuciones religiosas. Imposible era ingresar. En torno al castillo propiamente dicho había murallas fortificadas para llegar a las cuales, desde el pie del monte en el que se alza, sólo podía utilizarse un estrecho sendero.
Uno de los recodos de este camino es perfectamente abarcable por la vista de un guardia que se ubique en una tronera. Desde allí se puede matar a quien esté en el camino.
La vida en su interior no debía ser confortable, para la comunidad religiosa de hombres, mujeres y niños allí refugiada.
Salas inmensas con cúpulas sostenidas por una sola columna, con paredes de piedra, requerirían de muchos tapices para ser acogedoras en un clima crudo, lo que no es previsible que pudieran tener los que allí habitaban.
Ventanas inmensas, carentes aún de vidrio, poco debían abrigar del viento y el frío.
Pero el muro impedía que la pequeña comunidad fuera eliminada, salvo… el sitio. Sitiado el castillo por el enemigo que no podía ingresar, tampoco los allí refugiados podían salir ni aprovisionarse de víveres. Ni de agua. Y la hambruna pudo lo que no las armas.
Y hombres, mujeres, niños, allí sin rendirse, altivos como la roca sobre la que estaban de pie, perecieron.
¿Fue mejor su suerte que la de la ciudad amurallada de Carcasonne?
En ésta, pese a sus fosos y sus torres, la comunidad cátara fue obligada a dejar sus viviendas y bienes.
Llevada fuera de sus murallas y allí sacrificada por el fuego.
En la iglesia de Carcasonne contemplé a la Pasión. Cristo mil veces crucificado y llorado por su madre por y en cada uno de sus hermanos que confundieron su amor en odio.
Ante Apóstoles hieráticos en la piedra, pensé en mis castillos interiores, en las veces que mi amor pudo ser fervor y mi fervor, odio. Porque esas también son mis raíces…
Y quise nuevamente ser niño. Alzar mi mano al Padre para merecer la auténtica Palabra: benditos los que tengan el corazón de niño…
Un fuerte abrazo
Jove
(1) Más sobre el tema en: http://www.artehistoria.com/historia/contextos/1102.htm