El sábado pasado concurrí al Observatorio Astronómico de La Plata a escuchar una conferencia que me interesaba. El diario había informado mal y, como no se iba a dar tal charla, aproveché para seguir una visita guiada ¡cuál sería mi sorpresa cuando advertí que el guía, un estudiante avanzado de astronomía, era un compañero de colegio de mi hijo!
Hoy hacen ya 14 años del fallecimiento de Jorge, mi hijo.
Tenía 19; hoy tendría 33. Estudiaba para sacerdote católico en el Seminario de La Plata. Durante todo su período de secundario nos había dicho que pensaba estudiar periodismo y, a mediados de quinto año, nos reveló que quería entrar en el Seminario.
Para probar la realidad de la vocación, le llevé la contra e incluso le propuse que durante un año estudiara otra cosa y, si aún seguía con la idea, luego entrara al Seminario (no porque dudara de si conocía o no el mundo: había tenido novia, se había peleado en una esquina... en fin, había sido todo lo que se es durante la adolescencia). Su respuesta fue: "Si vos querés, estudio lo que quieras: perderás plata y yo tiempo, no me veo otra cosa que cura".
Le habían dado un franco en el Seminario y volvió a nuestro pueblo, donde vivíamos. Visitó el Colegio Nacional que amaba, devolvió un libro que debía a su biblioteca y saludó a la rectora y sus profesores. Le pidió a mi esposa que lo acompañe a dejar constancia de que quería donar sus órganos en caso de morir. Un viernes me dijo "Voy a La Plata y vuelvo, me tengo que confesar" Le dije que estaba loco, que en nuestro pueblo había curas, pero él insistió en que debía confesarse con su director espiritual. Insistí en que estaba loco, que debía regresar al Seminario el lunes, si no podía esperar hasta entonces. Su respuesta fue, con la vehemencia que le era propia "¡No me bancaría un día en el Purgatorio!".
El sábado estaba de regreso. El domingo a la noche yo tenía que ir a misa en el mismo horario en que él viajaba. Me llevó en auto a la Iglesia. Me despidió. Yo andaba algo bajoneado y, según una de esas convenciones entre padre e hijo le pedí "prega" (en el sentido de que rezara por mí, en italiano, que él hablaba bien). Me respondió, como era habitual "pregoré" pero agreguó: "cuando te sientas así, andá ante el Sagrario y, frente a Jesús, poné tu mente en blanco: vas a ver que Él te habla y te dice lo que necesitás". Fueron las últimas palabras que le escuché.
Durante esa semana me llamaron del Seminario, que él había salido a hacer footing después del almuerzo, vio pasar la camioneta del Seminario con cuatro amigos, la corrió para alcanzarlos, trató de subirse por atrás, cayó, golpeó con la nuca...
La profesora de Latín, con lágrimas en los ojos, me díjo que en la última hora de clase, cuando ella explicaba las distintas palabras que se pueden traducir como "gloria" y el sentido de la "Gloria de Dios", él había dicho "quién pudiera estar ya gozando de esa gloria".
Me costó donar sus órganos, pero era su voluntad.
Loramos el terrible dolor. Aún lo hacemos. No nos lo decimos con mi esposa. Nos basta mirarnos a los ojos. Parece que fue ayer...
Pero sin desesperación.
Nos queda la esperanza.
Un día, si llego a donde él sin duda está, beberé con él del vino nuevo del Paraíso que Jesús ha prometido. Así se endulzarán las lágrimas.
Hoy, 31 de mayo, hace 14 años... ¡Ya 14 años!
Un fuerte abrazo. Los quiero mucho
Jove