Claudia, tras haber esperado acodada en el barandal, mirando sin ver el obrero paisaje cotidiano, sintió la presencia.
De rabillo verificó lo que la calidez en la parte izquierda de su cuerpo ya le había anunciado. Supuso que simulaba indiferencia porque reprimió el suspiro, pero las manos unidas en amén se apretaron nerviosas y los cordones de la zapatilla derecha de lona se frotaron contra su pantorrilla izquierda, sin razón en comezón alguna.
Cuando los pasos firmes de las botas de trabajo anunciaban que la presencia estaba cada vez más próxima, no pudo evitar arquear la cintura apoyando la parte superior del vientre contra el barandal.
La presencia ya era inminente. El hálito férreo que de ella emanaba se había extendido hasta el centro de su ser. Los dientes mordiendo sus labios por dentro le contenían un no sé qué que quería surgir de su corazón y sus músculos enteros estaban rígidos en ansioso alerta.
Los pasos parecieron querer detenerse. Una dulce caricia de expectante alivio se deslizó por la espalda, desde la nuca hasta la baja cintura. Abrió sus labios aspirando el aliento químico del ambiente como si fuera el aroma de las rosas de su madre y lo retuvo sin mover una fibra de su humanidad, con los ojos inútilmente abiertos ya que desde su posición no podía mirar hacia atrás.
Las botas de goma semejaron haber trastabillado, turbándola en la esperanza de lo inmediato…
Y los tacos de caucho, luego de una levísima vacilación, retomaron su ritmo, alejándose.
El vacío en el pecho de Claudia le demostró cuánto había palpitado su corazón todo ese tiempo sin ella siquiera haberlo advertido. El frío fue invadiéndola desde el costado derecho de su cuerpo. Una masa de metal gris se adueñaba de su cuello. Sus ojos se humedecieron sobre los dientes apretados y los labios duramente tensos.
¡Podía Carlos ser tan imbécil e indeciso…!
(C) by J.J.D.
Argentina
5/6/2010
Un fuerte abrazo
Jove