Prometeo
I
Sobre negros corceles de granito
a cuyo paso ensordeció la tierra,
hollando montes, revolviendo mares,
al viento el rojo pabellón de guerra
teñido con la luz de cien volcanes,
fueron en horas de soberbia loca,
a escalar el Olimpo los Titanes.
Ya tocaban la cumbre inaccesible
dispersando nublados y aquilones
ya heridos de pavor los astros mismos
en confusión horrible,
como yertas pavesas descendían
de abismos en abismos;
y el tiempo que dormía
en los senos del báratro profundo,
se despertó creyendo que llegaba
la hora final del mundo!
El Cielo estaba mudo;
y la turba frenética avanzaba
con ronca vocería,
como avanza rugiendo la marea
en la playa sombría,
cuando Jove asomó: vibró en su mano
el rayo de las cóleras sangrientas,
rugió en su voz el trueno del estrago
y encadenó a su carro las tormentas!
Temblaron los jinetes
en los negros corceles de granito;
redoblaron su saña
arrojando a los pórticos del cielo
con insultante grito
pedazos de montaña,
y volcaron los mares
para apagar en la soberbia cumbre
los rojos luminares.
Pero Jove, iracundo,
blandió sobre sus frentes altaneras
el hacha del relámpago que hiere
como a una vieja selva las esferas:
a su golpe profundo,
vacilaron montañas y titanes;
y bajó el torbellino,
heraldo de su gloria,
con la negra cimera de huracanes,
a anunciar a los mundos la victoria!
Rodó la turba impía
su espantoso vértigo a la tierra;
no volverá a flamear en las alturas
su pabellón de guerra
teñido con la luz de cien volcanes.
Cayeron los titanes
del abismo en las lóbregas entrañas;
y Jove, vengativo,
¡convirtió los corceles de granito
en salvajes e inmóviles montañas!
autor; Olegario V. Andrade