CAPITULO vº
¡Ya el gigante está en pie! ya la montaña,
ara de su martirio,
que empapó con la sangre de su entraña
y aturdió en la embriaguez de su delirio;
la montaña, testigo dolorido
de su tremenda historia,
es su negro caballo de pelea:
¡el pedestal soberbio de su gloria!
¿Qué ve en la inmensidad desconocida
que su impaciencia calma,
y otra vez avasalla
con cadenas de asombros a su alma?
Ve alzarse en el confín del horizonte,
del espacio en los ámbitos profundos
sobre la excelsa cúspide de un monte
que se estremece inquieta,
y en medio del espanto de los mundos,
de una cruz la fantástica silueta!
"¡Al fin puedo morir! grita el gigante
con sublime ademán y voz de trueno.
Aquella es la bandera de combate,
que en el aire sereno,
o al soplo de pujantes tempestades
va a desplegar el pensamiento humano
teñida con al sangre de otro mártir,
-Prometeo, cristiano-,
para expulsar del orgulloso Olimpo
las caducas deidades!
"Es un nuevo planeta, que aparece
tras los montes salvajes de Judea,
para alumbrar un ancho derrotero
a la conciencia humana.
El germen fulgurante de la idea,
que arrebaté al Olimpo despiadado:
la encarnación gigante de mi raza,
"¡la raza prometeana!"
"¡Al fin puedo morir! Hijo de Urano,
llevo sangre de dioses en las venas,
sangre que al fin se hiela!
Aquel que me sucede, hijo del hombre,
lleva el fuego sagrado
que eternamente riela,
ya lo azoten los siglos con sus alas
o el viento furibundo,
el fuego del espíritu, heredero
del imperio del mundo."
Dijo, y cayó como la vieja encina
que troncha el leñador con golpe rudo.
La montaña tembló; y el negro Ponto
se enderezó, sañudo,
para asistir a su hora postrimera,
y las gentiles hijas del Océano
bajaron presurosas
y en torno a su cadáver encendieron
de perfumadas leñas una hoguera!
autor; Olegario V. Andrade