A la muerte de Gabriela Mistral
¡Dios grande! ¿y sucedió de esa suerte
con tu alma iluminada
con tu alma grande y buena, limpia y pura,
con tu alma azul como mañana clara?
¿Y venían fantasmas a buscarte,
fantasmas que rondaban
siete días, y más tal vez, en torno
de tu barrio, tu calle y tu morada?
Mas tu frustrado amante ¿él no venía
desde el misterio de sus lontananzas:
el muerto tuyo que te hundió en la noche
Hablaba, hablaba, y tu gozar podías,
porque en su verbo se transparentaba
su católica fe, jardín de lirios,
en la profundidad de su alma sabia.
¡Todo para tus últimas,
para tus últimas ventanas!
Y nada más. Un hombre
gloria del continente y de la raza.
Un hombre que no muere.
Una luz. En la, eterna, un alma.
Y otra vez el amante silencioso
que te llevó la muerte una mañana:
el mismo de la cita
para soñar sobre una misma almohada.
¿Y nada más? América
en tu loor sus cánticos levanta
Gabriela sola del hermoso viaje
para grandes mensajes de esperanza;
con tus desolaciones, Gabriela, Desolada?
Ese era el rey, sin duda, ése el caudillo
de tus apariciones visionarias.
Dulce fidelidad para el ausente
por tierra, cielo y mar te acompañaba,
y llorándole mucho, le citaste
para soñar sobre una misma almohada.
Después los años y tus altos triunfos.
Y, de pronto, las noches señaladas.
Pisaba nieve como un oso Enero
por Nueva York, la urbe sobrehumana.
Y acaso tú, Gabriela,
Sabiendo que nevaba,
En tus pensaste, siempre blancos
De nieve, y en rincones de tu patria,
Mientras decían todos:
Enero es como un oso en la nevada.
Y este oso se paró frente a las puertas
de tu hospital para suprema danza,
entre el son del pandero de la muerte
Y los capullos de la nieve santa.
Entonces Maritain llegó a tu lecho
como un obispo de marchita estampa,
como maestro del divino idioma
que más allá de la frontera se habla.
Cuando le viste entrar ¿qué le dijiste?
Acaso, acaso nada;
pero alcanzaste a ver que te traía
montón de florecillas franciscanas
Después quedó contigo, al lado tuyo,
quizás tu mano entre sus manos dada.
mensajes dichos contra el viento, a veces,
de la historia del mundo hecha borrasca.
Chile te dio la luz de sus caminos,
pero también con sombra milenaria,
extrañas cosas de la codillera
por sus dioses de ayer aconsejada.
Por eso, tú tenías, nadie sabe
qué soledad de maga
“qué silencio de gran sacerdotisa,
qué inexorable fe de ensimismada
y sepultos recuerdos parecidos
a los que sólo las cavernas guardan.
Y subiste, subiste por los Andes
sencilla y temeraria,
brindando a niño y piedra, a viento y cóndor,
madre siempre, la miel de tu enseñanza,
hasta que fue tu vida toda
como una blanca escuela en la montaña.
En honra de Gabriela,
de amores capitana,
todos alzamos tu bandera, Chile,
con su valiente estrella solitaria.
autor; Germàn de Arcienaga