Sus hermanos ya habían sufrido la metamorfosis correspondiente, pero él había quedado pegado en aquella hojita y se olvidaron de su existencia.
Mas quiso la Madre Naturaleza, que se cumpliera el fin para lo que fue creado y una cálida mañana de otoño, le entró al huevillo de mariposa un apetito desmesurado y feroz, y entonces pensó: ¡He de encontrar algo para comer! Así, comenzó a comerse la hoja en la que se encontraba envuelto y al caer la tarde, se quedó dormido esperando que el sol le calentara al día siguiente.
Un pajarillo, al ver la pequeña larva que se movía sin parar, se acercó con ganas de picotearla pero esta le dijo: No me comas amigo, yo también tengo mucho apetito y ni por un momento pensé en comerte a ti.
El pájaro y la larva de mariposa, mantuvieron una conversación muy interesante. Él le contaba como era aquel bosque, y la de flores que había a pesar de haber comenzado el otoño. Supuso el pájaro, que aquella larva no viviría si alguien no se ocupaba de ella y se pasó buena parte de la mañana buscando donde encontrar una morera. Al fin la encontró y fue llevando en su pico cuantas hojas pudo para que su amiga se alimentara.
Cada día, la larva crecía de tamaño hasta que se transformó en un hermoso gusano, el cual, soñaba cada noche con encontrar una hermosa rosa blanca.
Este, le pidió al pajarito que lo llevara en su pico hasta el pie de un rosal que tuviera las rosas del color soñado y le dejara junto a él. El pájaro buscó el rosal que su amigo le pidió, pero no lo encontró en aquel bosque. Así que tuvo que volar muy lejos para poder complacer los deseos de su amigo. Como pudo, llevó al gusano que con el tiempo y la abundante comida, se había transformado en un gusano tan gordo que tenía que cambiar de piel con frecuencia porque “su traje”, se le quedaba demasiado estrecho.
Cada día, aquel gusano incansable, trepaba por el tallo de la rosa pero cuando creía estar cerca de ella, se escurría cayendo al suelo de nuevo. Como se iba haciendo más grande y pesado, hacía grandes esfuerzos para conseguir llegar hasta la rosa pero siempre, sin resultado aparente.
Muchas noches al quedarse dormido, el gusano soñaba que había llegado hasta la rosa de sus sueños captando su aroma, bebiendo su sabroso néctar y bañándose en las gotitas de rocío que cada mañana, se encontraban en su cáliz. Pero al despertar, veía con desilusión que todo había sido un sueño y que jamás podría hacerlo realidad.
El pajarillo, lo visitaba cada día llevándole siempre el alimento. Una mañana el pájaro observó que el gusano había desaparecido, y en su lugar había una crisálida muy dura y de color blanco. Le preguntó si había visto a su amigo, pero la crisálida no respondió a las preguntas del pajarillo.
Todas las mañanas, el pajarito iba al lugar para ver si había noticias sobre su paradero, pero nadie le contaba nada nuevo. Ni siquiera la morera, cuyas hojas le habían servido de alimento, sabía darle razón alguna.
El frío se hacía notar y el pajarito, decidió quedarse en su nido preparándolo para soportar las nieves y las lluvias del invierno que se acercaba a pasos agigantados.
Mas una mañana, la crisálida se abrió por uno de sus extremos y de allí salió, no un gusano feo y peludo, sino una preciosa mariposa que desplegando sus alas y revoloteando, no tardó en darse cuenta de que estaba junto a la rosa más bonita que jamás pudo imaginar y comenzó a rozarla con sus alas y a besarla una y mil veces. Ya no se acordaba de comer, ni de dormir. Solo se embelesaba con la rosa de sus sueños.
La rosa sonreía porque en otoño, no era fácil encontrar una mariposa tan bella como aquella. Aquella mariposa, nacida a destiempo y fuera de lugar, consiguió ser feliz al lograr aquello que más deseaba: besar la rosa blanca, abrazarla y morir junto a ella.
Cuentan que al atardecer del día siguiente, la mariposa cayó extenuada dentro de la corola de su rosa preferida. Todos sabemos lo corta que es la vida de las mariposas. Pero la mariposa de nuestro cuento, murió feliz por haber conseguido lograr el sueño más feliz e importante de su vida.
Una pareja de gorriones, pasó rozando las ramas de la morera a la que apenas le quedaban hojas en su vestido verde y volaron por el jardín donde se encontraba el rosal con su rosa blanca. No se dieron cuenta de que en el cáliz de aquella rosa, yacía inerte el cuerpecillo de una mariposa que intentó hasta lograrlo, hacer realidad su único y auténtico sueño.
Y es que si somos constantes y tenaces, también podremos conseguir nuestros sueños, lo mismo que le ocurrió a la mariposa de este cuento.